Luis Alejandre
Defender al Rey
No me referiré a su seguridad personal ni a la de su familia. Sé que está en las buenas manos de gente con experiencia y reconocida lealtad, bien coordinada con los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, policías autonómicas incluidas.
Tampoco descubriré la capacidad de S.M. para encajar situaciones comprometidas. Las afronta con madura elegancia, con clase, mirada respetuosa, mano abierta, gesto medido, preparado incluso para la sorpresa. Porque hoy en día cabe todo. Que se lo pregunten a Mario Draghi a quien recientemente se le plantó sobre su mesa, una «descubierta» activista de Femen lanzándole soflamas. ¡Todo un poema aquella cara sorprendida!
Más comedido, pero con el mismo afán de protagonismo, Pablo Iglesias entregó al Rey en la sede del Parlamento Europeo, los CD de una conocida serie televisiva. Recogió S.M el guante, miró a su ayudante de servicio y archivó el asunto. No pudo evitar un reojo a retaguardia, como no pudieron evitarlo durante una recepción en Palacio, algunos importantes de la Real Casa al paso de una deslumbrante, aunque también necesitada de protagonismo, Mariló Montero. Y siguió saludando a nuestros eurodiputados. El Rey lleva ya «mucha mili» a bordo, a pesar de su edad. Ha aprendido de sus mayores; ha aprendido de la vida y de la historia. Sus compañeros de promoción, con quienes cuida una leal y estrecha relación, reconocen en él una socarrona asunción del riesgo de reinar, no exenta de un enorme sentido de la responsabilidad. Es como si entrase en el sueldo.
Recuerdo la primera vez que los miembros de la Sociedad Bicentenario General Prim presentamos en Zarzuela nuestro proyecto. Algún reticente pudo pensar que D. Felipe –aun Príncipe de Asturias– nos miraría con recelo acordándose de aquel «¡jamás, jamás, jamás!» que le propinó el General de Reus a su antepasada Isabel II y a su Dinastía. No hubo necesidad de maquillar nada. Se adelantó él a posibles interpretaciones como diciendo: «La historia es la Historia; yo soy el presente y el futuro». Quizás también recordaba una máxima muy utilizada en el argot castrense: «Nunca digas nunca; nunca digas jamás».
Hace unos días los Reyes, dignos, cercanos, con presencia y palabras muy bien medidas, entregaron el Premio Cervantes a Juan Goytisolo. Muy en su línea, éste apareció sin respetar el protocolo, utilizando un lenguaje crítico, también común en un trozo de la izquierda política que un día decidió que nuestro mayor enemigo era la propia España. Admitida la crítica; no admitido el ser rompedor de normas. ¡Haber renunciado a priori!
No puedo imaginar al Papa Francisco ordenando en El Vaticano a sacerdotes vestidos con tejanos, como no imagino una Jura de Bandera en la que los soldados o marineros aparezcan en traje de deporte. Y pienso en la entrega de los Nobel o en la propia de los Goya donde se lucen los vestidos más caros del mundo de la moda. La liturgia en ciertos actos es esencial. También la cuida la Universidad, en cuyo ámbito discurrió la ceremonia. ¡Pero, también había que menospreciar a la Universidad!
El ministro Wert es un hombre bien dotado intelectualmente, aunque haya topado con un sector de nuestra sociedad difícil, endogámico, no propenso a reformas. Intentar regenerar una política educativa esgrimiendo solo los informes Pisa o el orden en que son clasificadas nuestras universidades en un ranking mundial es tarea compleja. En Baleares, donde el 70% de los empleos exigen el idioma inglés, su Govern ha topado con un muro infranqueable en la enseñanza pública –formas de implementarlo aparte– que se resiste a aceptar una palpable necesidad.
Wert hoy, no bien clasificado en encuestas públicas, tiende al guiño dirigido a los sectores mas montaraces de su entorno: el cine, los intelectuales, la cultura. No sé quien, ni sé cómo se propuso a Goytisolo. En mi opinión ha aportado poco a nuestra convivencia y dedicado mucho a sus conocidos complejos. Aquí es fácil criticar. Es más, ensalzamos a los que se presentan como malditos –moda, prensa del corazón, cine– aunque vivan en palacetes en Marrakesh. Entiendo que quien propone un premio, contacta con el propuesto, coordina fechas, desplazamientos, condiciones, protocolos y número de cuenta corriente, porque el Premio está muy bien dotado. ¡Aquí estriba el error!
Porque a todos nos ha quedado la impresión de que el premio a Goytisolo es más un guiño de Wert a la «divine gauche», que el reconocimiento a unos méritos.
Y al Rey , no se le puede utilizar en guiños políticos, sino para temas más serios. Imagino que cuando se enteró de la descortesía de Goytisolo–historia de la corbata raída incluida–, se encogió de hombros, recordó el amplio anecdotario de sus antepasados y se dijo: ¿Qué le vamos a hacer?
Se vistió de chaqué y salió con la Reina rumbo al Paraninfo de la magnífica Universidad de Alcalá de Henares.
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