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Demócratas

La Razón
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Hay que quererles. A los tibios. A los de la venda en los ojos y el cerebro dopado de escrúpulos. Hablan en función de las siglas. Exhiben un centrifugado mental propio de adolescentes. Enternece cuando repudian el populismo en España pero acarician el lomo del «made in USA». Y viceversa. Cuando niegan que el discurso de investidura de Donald Trump comparte ADN con los de Pablo Iglesias: Washington/la casta; los políticos, todos corruptos, vs. la Gente. O cuando denuncian el latrocinio de la soberanía nacional en Cataluña, o la papilla ponzoñosa de aquel psicópata en jefe que temía el día en que «en que en Lekeitio o en Zubieta se coma en hamburgueserías y se oiga música rock americana, y todo el mundo vista ropa americana, y deje de hablar su lengua para hablar inglés, y todo el mundo esté, en vez de estar contemplando los montes, funcionando con internet», y, sin embargo, no parpadean al escuchar los rebuznos antiglobalización trumptianos.

Nada distingue las conspiraparanoias, el grito antimoderno, la demagogia circense, rastrera, chusca, de un Trump de la de una Naomi Klein, la de Ada Colau y la de Marine Le Pen. Son, todos ellos, producto de un tiempo tenebroso, envueltos en los andrajos del nacionalismo y/o la creencia de que la realidad, ese avatar, puede amoldarse al gusto del que mira. Hijos de la posmodernidad. En algún lugar leía que comparaban al nuevo presidente de EE UU con John Wayne. No, miren, ayer mismo volví a ver «Fort Apache» y no hay rastro de la gallardía, la nobleza, la perspicacia, la honestidad y el valor del capitán Kirby York en ese Jesús Gil y Gil que tenemos realquilado en el Despacho Oval, paradigma del nene caprichoso, taimado y ruin que deslegitima al oponente y reduce los problemas a un esquematismo blanco/negro tan Vistalegre 2. Trump, e Iglesias, y el Frente Nacional y su discurso xenófobo, y el tontín de David Cameron, de profesión mis referéndums chiflados, y esa CUP, y esos anticapitalistas, no son legítimos peones en el damero democrático sino, directamente, enterradores de un orden internacional nacido entre las ruinas de la II Guerra Mundial como vacuna a la miasma nacionalista y el reflejo totalitario. Siniestros bufones que aspiran a entronizarse mientras astillan la convivencia y pisotean derechos. Hay que querer a quienes detectan el pedigrí antidemócrata de unos pero son incapaces de extrapolar su perspicacia a los que teóricamente son de los suyos. Hay que perdonar el sectarismo y condonar prejuicios porque siempre fue más provechoso denunciar la mota en el ojo ajeno que la viga en el propio y es humano aspirar a situarse, mantener la clientela, susurrar piropos al oído del rebaño proclive y hacer carrera enfundado en una elástica, un club, una logia. Sus balbuceos y esputos, el encogerse de hombros y los suspiros convencen al convencido y brutalizan el debate, pero son maná para el gorila, sea Trump o Maduro, tan necesitado de claqué como alérgico a la imparcialidad, la refutación y el debate. Ni derecha ni izquierda. Demócratas, punto.