Alfonso Ussía
Desamparos
Los animalistas han llegado a una conclusión. Los toros en el ruedo se sienten de-samparados. Es posible. También los toreros, pero ese detalle se les escapa. Los animalistas no se han ocupado del desamparo que padecen los corderos en los momentos previos a su sacrificio en pro de los estómagos musulmanes. El toro y el torero, desamparados, se enfrentan a la muerte a través del arte en movimiento. Los corderos degollados carecen de donaire. Un mar de sangre los reúne en un final terrible que los animalistas no deploran. Pero también sufren desamparados los contribuyentes perseguidos por la Agencia tributaria. En sus miradas se adivina un desamparo brutal. Si el contribuyente tuviera cuernos y fuerzas, más de un inspector de Hacienda habría muerto de una cornada en la femoral. El desamparo de los toros de lidia no encabeza la relación de los desamparados. En las miradas de los niños hambrientos de África hasta el desamparo se manifiesta desamparado. Esos ojos grandes y fijos que atraviesan. En las mujeres que van a ser lapidadas en una plaza pública de cualquier país musulmán, se advierte el miedo, el desamparo y el desconcierto. Como en los homosexuales en los instantes previos a ser ahorcados colgando de las altas grúas por los mismos que terminan de firmar una orden de transferencia a favor de Podemos. «Es la geopolítica», como ha dicho Iglesias.
Las miradas más desamparadas –y vuelvo a los bovinos, los ovinos y los porcinos–, que he visto en mi vida, las descubrí en las ovejas de Islandia. En la carretera que une Reijkiavik con Keflavik, puerto ballenero donde se ubica el aeropuerto y una base de la OTAN, las ovejas de Islandia miran desamparadas y envidiosas a los turistas que se dirigen al aeropuerto. Nada más aburrido y triste que el paisaje de Islandia en las puertas del invierno. Desamparo en las miradas de los perros abandonados. Desamparo en los cerdos que intuyen la matanza. Y desamparo en los millones de animales que sirven a la ciencia para experimentar y avanzar en la lucha contra las enfermedades humanas. A los animalistas sólo les preocupa y hiere el desamparo de los toros de lidia en el ruedo. También surge el desamparo en la mirada de Messi cuando renueva un contrato ante Bartoméu, y nadie ha reparado en ello hasta la fecha, que no ha renovado todavía.
El toro de lidia es el bovino mejor tratado del mundo. Vive en las dehesas, que son como hoteles de cinco estrellas para cualquier bóvido con un mínimo concepto de la gratitud y el confort. Es alimentado con generosidad por la naturaleza y los piensos que compran sus ganaderos. Reciben toda suerte de medicamentos y complementos vitamínicos por parte de los veterinarios. Y cuando se enfrentan al arte y a la muerte, están perfectamente capacitados para acabar con la vida del torero, que comparte su desamparo por partida doble. El desamparo del miedo al toro, y el desamparo del miedo al público, que es mucho más peligroso que el toro. El público también mata, y lo dijo y mantuvo Luis Miguel Dominguín cuando Islero corneó a Manolete en Linares. «La cornada fue consecuencia de un fallo técnico. A Manolete lo mató el público».
Los animalistas no han investigado el motivo del desamparo del toro. El mismo que el del niño mimado en casa cuando empieza el colegio o ingresaba en la Mili. Lo tiene todo y de golpe, se lo quitan. Un toro vive cuatro años en el escenario prodigioso de las dehesas de encinas y alcornoques, y recibe todos los cuidados habidos y por haber. Sí, efectivamente, en el ruedo se siente desamparado, y el desamparo le pone de muy mal humor. Por eso embiste. Pero desamparo animal, brutal y aplaudido por los animalistas, el de los corderos durante sus sacrificios degollados. Ada Colau es partidaria.
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