José María Marco
Desorden mundial
El establishment de política internacional –asesores, analistas, profesores y periodistas– ha dictaminado que el primer viaje de Trump ha sido algo peor que un fiasco. Estamos en pleno desastre y la Presidencia norteamericana, es decir el liderazgo del mundo libre, se hunde. Trump, como es natural, no opina lo mismo y ha dicho que su viaje ha sido todo un éxito, un «home run». (Que eche mano de un término de béisbol, intraducible, indica su orden de prioridades).
Seguramente ambos tienen razón. El presidente norteamericano carece de una estrategia consistente, no tiene un buen equipo asesor ni la menor finura para las siempre sofisticadas relaciones exteriores. Aun así, y precisamente por eso, encarna bien ese tirón hacia adentro, siempre rezongando y siempre reticente, como Calibán, ante el idealismo de las élites y sus aventuras fuera. Fue en el desastre de la intervención en Irak –propiciada por los neoconservadores que ahora están entre los más críticos con Trump– donde se fraguó la forma actual de este movimiento a la contra que en su tiempo estuvo en el origen mismo, populista y radical, de Estados Unidos.
Angela Merkel ha hablado de la nueva soledad de unos europeos, que sólo pueden confiar en ellos mismos. Se empieza así a sacar la consecuencia de la retirada de Estados Unidos de su posición de hiperliderazgo. Con la contrapartida de que la Unión Europea, hija predilecta de la «pax (norte)americana» que ahora empiezan a echar de menos –el orden liberal...– algunos de los que tanto la criticaron en el pasado, tendrá que empezar a prescindir de esa protección, aunque sea como premisa metodológica. El desafío es nuevo para los Estados nación y la Unión Europea.
A su modo, bárbaro, grosero y lenguaraz, Trump ha ido señalando los fallos de la arquitectura del orden mundial. También lo ha hecho con la OTAN, imprescindible, pero en crisis desde que se hundió el enemigo para el que estaba diseñada, que era la Unión Soviética. Se espera del presidente de Estados Unidos que formule estas realidades políticas con temple y diplomacia. No va a ser así. Al puesto que hasta ayer coronaba el orden mundial se ha encaramado la personificación misma del desorden del mundo. Una forma de demostrar la propia capacidad de liderazgo consistirá en gestionar con prudencia, sin demasiados aspavientos ni sobreactuaciones, esta situación.
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