Ángela Vallvey
Dictaduras
Dicen que Venezuela es una dictadura. No es cierto. Hay muchos regímenes contemporáneos que son tachados de dictadura, sin serlo. Las dictaduras imponen orden y seguridad, a cambio de extender el terror estructural y la coerción institucional. En un país que se encuentra bajo una dictadura, los ciudadanos viven intimidados y horripilados, pero pueden caminar de noche por las calles sin que los secuestren, roben o apuñalen. Sólo temen a la violencia «legítima», la del Estado. La dictaduras no promueven la brutalidad en las calles. Una dictadura es, por ejemplo, Corea del Norte. O Cuba. Pero Venezuela, que lleva largos años devastando todo lo que tiene que ver precisamente con el orden y la seguridad, está muy lejos de ser una dictadura, aunque se encuentre o haya estado en manos de dirigentes con vocación de tiranos. Tiranos que tampoco son realmente tiranos, por cierto, dado que estos se caracterizan por ejercer el poder en solitario, sin estar sujetos a ninguna ley, sin verse obligados a consultar con nadie que no sea su propia voluntad. En nuestra época los tiranos escasean, aunque aumenten los tiranuelos: aprendices de tiranos imposibilitados para ejercitar el gobierno en régimen de sociedad unipersonal, apremiados a delegarlo para procurar mantener las múltiples riendas del país bajo su control.
Antaño, convertirse en dictador requería elementos hoy ausentes de la escena europea, verbigracia. Ayudaba la movilización de las masas, militarizando e instrumentalizando a las bases del partido. La milicia jugaba un papel primordial. En Europa, en 1939, abundaban los regímenes autoritarios de «derecha relativamente moderada», que diría Stanley G. Payne. Los regímenes derechistas lograban reprimir fácilmente todos los repuntes de fascismo. Pero la guerra se enaltecía, tanto por los extremos de las izquierdas como de las derechas, y ya sabemos cómo acabó todo aquello. En Europa la guerra está desprestigiada como recurso efectivo después de la II Guerra Mundial, y Occidente, vacunado contra el fascismo. Latinoamérica tuvo su propia ola de dictaduras derechistas en los años 60 y 70 del siglo pasado, pero ahora la corriente comunista-bolivariana ejerce más como demoledora social y económica que otra cosa. Mientras los líderes bolivarianos cortejan rústicamente el favor de las masas, el dictador se limita a someterlas de manera expeditiva. El dictador no es un ideólogo –le importa un bledo la ideología–, mientras el bolivarianismo está enfermo de teorías. Etc.
Por otro lado, la dictadura suele ser nominalista (franquismo, castrismo...), no genérica, ni una simple franquicia.
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