Cástor Díaz Barrado

Difícil solución

No cabe negar que lo que ha sucedió en Egipto es un golpe de Estado en toda regla. Los militares han provocado una ruptura del orden constitucional y han establecido un nuevo Gobierno sin contar con los mecanismos constitucionales. Pero este hecho no ha producido las reacciones internacionales que cabía esperar y que, sin duda, se hubieran producido si un acontecimiento así hubiera acontecido en otras zonas del planeta como Europa o América. La ausencia o la ineficacia de las organizaciones internacionales en el mundo árabe y la escasa tradición de regímenes democráticos en la región es muy posible que sean las causas principales de que no se hayan producido consecuencias de ese tipo y que, en el fondo, la mayor parte de los estados de la comunidad internacional hayan preferido mirar para otro lado y no condenar que se violentase la constitución egipcia. La práctica constitucional y democrática en Egipto es muy débil y tantos años de dictaduras militares condicionan las respuestas que se han producido. A todo ello, habría que añadir que el triunfo de los Hermanos Musulmanes en las elecciones que tuvieron lugar tras la caída del régimen de Mubarak supuso, también, una profunda división en la sociedad egipcia. Al menos, el Gobierno presidido por Mohamed Morsi no supo interpretar ni ese triunfo y lo que ello implicaba ni las revueltas que dieron lugar al derrumbe del régimen anterior. Todo hace pensar que no se buscaron fórmulas de consenso y que en ningún momento se quiso que el conjunto de la sociedad egipcia participase en la nueva etapa que se abría en este estado árabe, que ocupa un lugar preferente en el mundo árabe. Se elaboró una Constitución que no satisfizo a la gran mayoría y que suponía una imposición de las tesis de los Hermanos Musulmanes. No se puede decir que haya sido Occidente quien haya animado o propiciado el cambio de rumbo que acaban de protagonizar los militares egipcios sino, sobre todo, la mala gestión y la incapacidad de llegar a acuerdos. La situación económica se ha ido deteriorando a pasos agigantados y no se percibían comportamientos o actitudes que dieran esperanzas de futuro a buena parte de la población. Todos deben reflexionar sobre las causas que han conducido a la situación actual, de difícil y compleja solución. Parece claro que lo que acontece en Egipto se debe, en esencia, a las posiciones tan encontradas que mantienen los diversos grupos en los que se expresa la sociedad. La normalidad en Egipto es fundamental para la estabilidad en Oriente Próximo y ha llegado el momento de llegar a acuerdos.