Historia
Distropías
Las distopías de entonces peinan canas y al futuro le creció papada. Apostaban a una granja de cerdos estalinistas, o a un mundo perfecto con el desnudo anfetamínico, y la realidad, como las olas enroscadas en la arena, trajo primero el Brexit, después a Trump y finalmente a Le Pen. Del cataclismo británico nadie sabe cómo huir. Del cacique en el Despacho Oval sólo cabe esperar una crisis arrasadora. O bien que mantenga las pezuñas amarradas al filo y, tuit va tuit viene, sobreviva a la más improbable legislatura de los últimos siglos. Si dependiera del pronóstico de los intelectuales, caerá, así que ya saben, llegará sano y rubio a la reelección. La lepencita mayor, entre tanto, lo tiene crudo. Pero Macron, sin partido, todavía necesita inventar una mayoría. Según el periódico, «un 43% le votó para que no ganara Le Pen». Como me explicaba Jesús Velasco, manchego y genio, y viceversa, la gente no te vota por lo que prometes sino por lo que no harás. Caía la noche en el Cock y hablábamos de España, pero el ejemplo vale para la Galia. Macron no destruirá el euro. No fundirá los ahorros de los jubilados. No levantará torretas en la frontera. No pactará ni con los neofascistas ni con los neocomunistas. Suficiente para esa porción del electorado que mantiene los sesos más o menos intactos. Pero estábamos con las distopías. Lo explicaba Carlos Alsina en La Cultureta: ya no son lo que eran. Vean sino la nueva «Blade runner». Dirige Denis Villeneuve, penúltimo niño prodigio de Hollywood. Lleva de productor ejecutivo a Ridley Scott, que no da una desde casi el principio de su carrera. «Blade runner, 2049» huele a producto suntuoso, electrizante y profundamente equivocado. El futuro ya está aquí, recuerden a Radio Futura. Tiene poco que ver con aquel mundo de colores quemados y replicantes que coleccionaban prodigios perdidos como lágrimas en la lluvia. Los robots pasan de calzar escamas de serpiente artificial. No asesinan a Gepetto. No los concibieron para enloquecerte en la cama. Basta con que adivinen tus ideas políticas y luego te empapelen un Facebook a la medida. Sobra con enviarte los paquetes a casa mediante drones y a media mañana deducir tus neuras después de leer las webs que frecuentas. Llegará el día que también escribirán tus artículos (si es que todavía existe el periódico), piloten aviones y le saquen las anginas al nene. Tampoco necesitarán que un Trump 2.0 teclee varias mamarrachadas al minuto. Un sosias virtual cumplirá con el recado. Olviden el sueño de coches voladores y el crepúsculo de los dioses, entre el Pacífico y Beverly Hills, que deslumbraba como una ciclogénesis de pantallas gigantes y llamaradas volcánicas. El Rubio o su yerno perpetuarán la comedia en la Casa Blanca. Las novelas y películas que mitificaban el desastre dejarán un perfume vintage con la estética como fetiche. Como anunciaban los sabios, toda palabra es un eco y toda idea un plagio, pero las distopías literarias, ensimismadas por la droga dura de las metáforas, loritos de repetición, no dieron una.
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