Historia

Alfonso Ussía

Don Juan y el 20-N

La Razón
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Don Juan se trasladó a una localidad cercana a la frontera para ver por televisión el entierro del Generalísimo. Volvió a Estoril y viajó a París. En la casa parisina de su amigo, el marqués de Marianao, en el «Boulevard de Malles-Herbes» siguió con sentimientos encontrados el «Tedeum» de Los Jerónimos. «Hay que reconocer que pasa revista a las tropas como nadie». Le indignó la morcilla del presidente de las Cortes Españolas, el falangista Alejandro Rodríguez de Valcárcel, cuando en los segundos previos a la proclamación recordó la figura de Franco, recuerdo que no estaba en el guión. En Los Jerónimos, las palabras del cardenal Tarancón. Y la presencia de representantes que avalaban el nuevo rumbo de España. Don Juan había intervenido, garantizando los planes de su hijo, ante Giscard D’Estaign y el Príncipe Felipe de Edimburgo. El pacto de la Corona estaba en marcha. Algunos de sus más allegados le pidieron una declaración pública crítica con su hijo, a lo que Don Juan se opuso tajantemente. «Ahora, nos toca ayudarlo con todas nuestras fuerzas». Don Juan fue siempre partidario de la reforma política, y adversario de la ruptura. «No me gusta nada la palabra ruptura». A partir de ahí, en silencio y desde el exilio –aún estaba vigente su prohibición de pisar suelo español–, Don Juan mantuvo la Jefatura de la Casa Real Española sin dejar de mover los hilos en beneficio de la estabilidad de España. No eran tiempos para renuncias de los derechos históricos y dinásticos y sí para las renuncias personales.

Aquel noviembre de 1975 fue un mes gélido, como las relaciones entre algunos colaboradores del Rey y de Don Juan. Ellos habían hablado y pactado los pasos que tenían que dar. A Don Juan le desagradaban las críticas adversas y posteriores a la muerte contra Franco. Consideraba que el ayer había pasado con todas las circunstancias, y que el tiempo nuevo era el del perdón y la reconciliación. Por otra parte, Don Juan, un viejo alférez de navío, era un militar como la copa de un pino, y respetaba a los uniformados «aunque me haya perjudicado tan grave y constantemente». Lo decía en singular, sin rencor ni aspereza. Años más tarde los militares, y especialmente los marinos, conocieron su grandeza y su patriotismo.

Cuando Don Juan consideró que había llegado el momento de renunciar a sus derechos históricos y dotar a la monarquía de Don Juan Carlos de la herencia de los siglos, se produjeron algunos desencuentros entre los cercanos al Rey y los leales a Don Juan, también leales al Rey por orden y exigencia del Conde de Barcelona. El general Armada insinuó que Don Juan tenía que renunciar al título soberano de Conde de Barcelona: «El Conde de Barcelona sólo puede serlo el Rey de España, y en tal caso, podría darse la figura de una binarquía». Se aporreó alguna mesa, y todo quedó claro y sin dudas. En el texto de la renuncia Don Juan muestra su deseo de seguir usando del título de Conde de Barcelona, y en la respuesta del Rey, éste manifiesta su pleno acuerdo. Don Juan propuso renunciar a los derechos dinásticos de la Corona de España en la cubierta del «Dédalo» a la altura de Cartagena. El Gobierno no lo consideró oportuno. En justicia hay que recordar que nuestro querido y llorado Adolfo Suárez no consideraba fundamental la renuncia. Como hombre del Movimiento se le antojaba innecesario el traspaso de los derechos históricos. Joaquín Satrústegui y Enrique Tierno Galván propusieron que la renuncia tuviera lugar en el Congreso, en una convocatoria conjunta de Congreso y Senado. El Gobierno de UCD, también se opuso. Lo mismo que la idea de llevar a cabo el acto más generoso de nuestra democracia en el Salón del Trono del Palacio Real. Lo cierto es que Don Juan estaba más que cabreado por aquellos días. Se lo dije: «Señor, a este paso, va a renunciar a sus derechos en un comedor privado de Jockey». Y Don Juan apostilló: «Y pagando yo la factura». La renuncia se celebró o padeció en el salón de audiencias de La Zarzuela, en ausencia del presidente Suárez. Memoria histórica.