Alfonso Merlos
Doña Despotricadora
El colmo del absurdo. Pero, sobre todo, de la estulticia de las mesnadas nacional-separatistas. Resulta que la provocación mayor del reino la está incitando innecesariamente un ministro como Wert al que se le ha metido entre ceja y ceja que las leyes educativas desarrollen la Constitución y no sean un ariete para descascarillarla, invalidarla o, directamente, destruirla. Y resulta que ha de sufrir la emergencia de una descascarilladora, una destructora pero esencialmente de una despotricadora profesional.
Ahí esta la señora Rigau. Ahí sigue. Es verdad que ejerciendo como un pelele al servicio de un proyecto de división y desacato. Es cierto que comportándose como una vulgar correveidile. Sin ningún fuste. Sin otra vocación que la de sembrar cizaña. Sin mayores pretensiones que las de falsificar la realidad de una reforma –la del Gobierno de Rajoy–que es una pastilla de cloro depositada para limpiar las aguas verdes –tirando para putrefactas– de un estanque que debe ser ineludiblemente purificado. Por el bien de las generaciones presentes y futuras. ¿Alguien en su sano juicio lo duda?
Digámoslo sin medias tintas. Esta señora se está entregando al mendaz, ignorante y simplón arte de criticar por criticar. Sin consideración ni reparo alguno. Sin escatimar en desaires ni exabruptos ni trolas baratas. Ésa es su técnica, su táctica y su estrategia.
Es evidente que en su alocada carrera hacia la nada necesita urgentemente un par de tardes intensivas de Educación para la Ciudadanía –aquella religión laica que se inventó ZP–. Y de paso, unas lecciones mínimas de Historia, de la auténtica y no de la que con frecuencia se sacan tramposamente de la manga los ahora denominados soberanistas. Quizá entonces, Doña Despotricadora entendería al viejo y sabio Cayo Crispo Salustio, que ya advertía de que la concordia hace crecer las pequeñas cosas mientras la discordia arruina las más grandes.
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