Elecciones autonómicas
Duelo de radicales
Los comicios nacionales previos a la jornada del 25 de septiembre habían mostrado un extraordinario empuje electoral de Podemos, hasta el punto de que su posición política parecía amenazar seriamente la hegemonía del nacionalismo. Sin embargo, los resultados autonómicos no han confirmado esa tendencia y el partido de Pablo Iglesias ni siquiera ha logrado superar al de los herederos políticos de ETA, representados por EH Bildu. Las encuestas lo habían avanzado en ese sentido, pero quedaba por comprobar cómo se configuraba en el voto efectivo de los electores.
Los resultados son nítidos. Mientras que EH Bildu ha obtenido el beneplácito de poco más de 224.000 votantes, Podemos se ha quedado en una cifra que apenas supera los 156.000. Es claro, por tanto, que en el duelo de radicales ha salido vencedor el nacionalismo revolucionario. Seguramente haya que atribuirlo a una inteligente y victimista campaña en la que la exclusión de Arnaldo Otegi como candidato ha impactado sobre ese segmento de la población vasca que percibe agónicamente su existencia dentro de España. Pero no cabe olvidar que, aun siendo la segunda fuerza política en el País Vasco, EH Bildu ha perdido más de 50.000 votos con respecto a las elecciones de hace cuatro años, lo que le ha reportado una reducción de cuatro escaños. Ello supone un cambio muy relevante, pues si entonces la izquierda abertzale todavía podía aspirar a disputarle al PNV la hegemonía del nacionalismo, ahora se encuentra muy lejos de ello y ni siquiera en Guipúzcoa se encuentra a la altura de hacerlo. La devastación que, en el partido fundado por Sabino Arana, dejó como herencia el lehendahari Ibarretxe ha sido definitivamente superada.
A su vez, Podemos no llega ni de lejos a los más de trescientos treinta mil votos que logró en las dos elecciones generales celebradas durante los últimos meses. De hecho se queda en algo menos de la mitad de aquella cifra, lo que le ubica como la tercera fuerza política vasca, alcanzando once puestos en reparto de los escaños del Parlamento de Vitoria. Este partido recoge, sin duda, los efectos de la retirada de la marea radical en el conjunto de España y seguramente también es víctima de sus propios errores políticos –como la elección de una candidata a la lehendakaritza que difícilmente podía ser tomada como un icono de los desheredados por la crisis– y de su inconsistencia ideológica interna, reflejada en la pelea de gallos protagonizada durante las últimas semanas por sus máximos dirigentes.
Aun así, Podemos cosecha una buena parte de los votos perdidos en el naufragio de la izquierda socialista tradicional y no le hace ascos a los que abandonan el nacionalismo radical, a la vez que incorpora a una parte de los electores más jóvenes, a los que ofrece un discurso rompedor en el que se da alguna oportunidad al independentismo sin que, por ello, se apoye la secesión de Euskadi. Podemos alcanza así la hegemonía de la izquierda no nacionalista en el País Vasco, dejando en un segundo plano al partido socialista.
Con estos mimbres es muy improbable que los dos partidos radicales confluyan para presentar una alternativa a Íñigo Urkullu para la lehendakaritza, pues ni siquiera suman los escaños con los que éste cuenta para revalidar el gobierno nacionalista. Las especulaciones que, antes de las elecciones, se hacían sobre este asunto quedan completamente descartadas, pues tal hipótesis sólo sería viable si el PSE quisiera asociarse a un pacto de izquierda y el PP no llegara a un acuerdo con el PNV. Ambas condiciones parecen imposibles. En definitiva, el duelo entre los radicalismos nacionalista e izquierdista se ha decantado por el primero. Pero ha debilitado a los partidos que los representan, de manera que se han quedado muy lejos de poder plantear una alternativa al modelo de gobernación del nacionalismo sabiniano que, tras haberse perdido después del fracaso de Ibarretxe, Urkullu supo restaurar hace cuatro años y que ahora no sólo se revalida, sino que se consolida.
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