Rosetta Forner
Duelo sin consuelo
La pérdida de un ser querido es una experiencia muy dolorosa. Y, la de un hijo, es devastadora. Se trata de un duelo del que nadie se recupera porque, al parecer, no está en nuestro ADN que mueran los hijos antes que los padres. Nada mitiga el dolor. Empero, ejerce cierto consuelo el hecho de que alguien muera de viejo... También nos alivia, en cierta medida, saber dónde reposan los restos de esos seres que nos fueron tan queridos, aunque su alma no esté allí. La desolación y la angustia, que deben sentir los padres y demás familia de esas personas que desaparecen sin dejar rastro, debe ser insoportable hasta decir basta. Debe desgarrar el alma. Uno ya no podrá volver a ser la persona que era después de ese tipo de pérdida. Sólo puedo empatizar con alguien que esté en esa situación asumiendo mis pérdidas y multiplicándolas hasta el infinito, y aún así me quedo corta. Por eso, seguro que es un consuelo saber, al fin, qué le pasó a esa hija, por ejemplo, a Diana Quer. Algún consuelo hallarán al poder cerrar el libro de su vida sabiendo lo que sucedió y al recuperar sus restos mortales. Otros, como los padres de Marta del Castillo, quizá nunca lleguen a tener un lugar donde ir a llorar a su hija. Para los que creemos en otra vida, nos consolamos pensando que nos volveremos a ver en ese lugar donde los sueños extienden sus alas.
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