Historia

José María Marco

Educación cívica

La Razón
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A veces los terroristas atacan a un miembro de las Fuerzas Armadas o de los cuerpos de seguridad, como si estuvieran formalmente en guerra y tuvieran la categoría y la dignidad de un ejército. Otras se ceban sobre personas cualesquiera, lo que significa bien el nihilismo moral que han alcanzado o que alcanzan gracias a esos crímenes. Antes el nihilismo lo disimulaba la perspectiva de una sociedad distinta: el nacionalismo, la nueva España del 36 o bien el orden comunista, en Rusia y en tantos otros países, a partir de 1917. El cumplimiento de la Historia justificaba el crimen. Aunque parezca imposible, el asesinato de un religioso da un paso más en el salvajismo.

El padre Jacques Hamel era un hombre dedicado desde 1958 al sacerdocio: explicar la palabra de Dios, ayudar, consolar. Otro tanto se podría decir de Jonathan Sandler, el joven rabino asesinado en Toulouse en 2012. Y lo mismo cabe lamentar, y llorar, cada vez que se produce un ataque a una iglesia, a una sinagoga y –como ocurre en los países musulmanes– a una mezquita. No porque se equiparen las diversas religiones, que eso no es lo que está en cuestión aquí, sino porque, cuando se ataca ese punto, lo que se quiere destruir es aquello cuya razón de ser es dar sentido a la vida: rescatarla de la trivialidad, de la indiferencia, de algo que es peor aún que la indignidad.

Esa voluntad, de una perversión sin fondo, desborda la distinción entre lo que está bien y lo que está mal. No han matado a Hamel o a Sandler porque fueran hombres buenos, ni siquiera porque sean personas dedicadas al Bien. Los asesinan porque atestiguan la fe, y por tanto la posibilidad de una sociedad basada en el Bien. Lo que se afirma no es un orden distinto. Nadie es capaz de imaginar un orden basado en la destrucción pura. De ahí que estos terroristas no se esfuercen por seguir viviendo. Lo suyo es morir, desear la muerte como hasta aquí cualquier ser desea la vida. Que eso se haga en nombre de Alá, como está ocurriendo ahora, es una realidad que el islam debería plantearse con urgencia. Los demás, además de ayudar en la medida de lo posible, deberíamos pensar que ya no podemos (sobre)vivir sin ser conscientes de lo que está en juego. En eso consiste ahora la educación cívica, también llamada para la ciudadanía.