M. Hernández Sánchez-Barba
El agua presa en Hispania
España heredó de Roma el eficaz sistema institucional de la organización gubernamental de la vida pública que llevaba implícito el desarrollo político, entendido no como intermediación política entre partidos, sino, ante todo, para conseguir la plena satisfacción, pues la política significaba para los romanos «cosa pública» y la «maiestas populi» entendía que el pueblo era una comunidad unida por un acuerdo de derecho, pero sobre todo por un acuerdo de intereses, regido por las leyes, y su aplicación, regulado desde el Senado –o en su caso desde el poder imperial– y adaptado por las magistraturas que cubrían con atención máxima las necesidades sociales tanto en Roma como en las provincias, conforme adquirían la condición suprema de la ciudadanía. Por su parte, el interés del Estado por satisfacer las necesidades básicas sociales tuvo oportunidad de ponerse de manifiesto en los recursos del agua con la mayor seguridad posible, mediante la regulación de su disponibilidad, y se consideró una obligación de gobierno, de modo que es notoria la realización de obras hidráulicas que, a ejemplo de la Urbs Romae, se extendió en las provincias, en lo que Hispania ocupó un interés notorio en la creación de la regulación del agua.
Investigadores universitarios españoles han estudiado desde planteamientos científicos de análisis histórico –no simple conocimiento– las obras que sirvieron para regular la utilización del agua creando una importante civilización hidráulica que más adelante se desarrolló en la España árabe-bereber y en la España cristiana medieval de la Reconquista y la repoblación urbana. A partir de 1493 y hasta el final del reinado de Felipe II (1598), vemos repetidas las técnicas en la América española a compás del poblamiento, institucionalización virreinal y construcción de ciudades, en todas las zonas de cultivo, la imprescindible necesidad de dotar a las villas y ciudades del agua necesaria para la vida de los vecinos de «solar conocido». Es evidente la reiteración de sistemas a partir de modelos romanos, árabes y del proceso cristiano de repoblación peninsular. Ello es así en las inmensas regiones de América, tanto en las islas antillanas como, sobre todo, en los dos Virreinatos de Nueva España (1534) y de Perú (1542), sedes culturales respectivas de las altas culturas indígenas, respectivamente mexica y quechua.
Antes he citado la existencia de importantes investigaciones llevadas a cabo por universitarios en Castilla, Corona de Aragón, Navarra, Andalucía y Extremadura. Reitero, por ejemplo, la tesis doctoral del señor Castillo Barranco, que ha llevado a cabo una valiosa aportación acerca de las presas romanas, con especificaciones de construcción, materiales y técnicas de construcción empleadas. En el inicio de esta investigación ha resultado de gran utilidad el listado estadístico que en 1981 llevaron a cabo Caballero Zoreda y Sánchez-Palencia Ramos. En la construcción de estas presas ha podido observarse la concentración de éstas alrededor de tres importantes núcleos urbanos: Mérida, Toledo y Zaragoza. Fuera de estos tres emplazamientos prioritarios se encuentran en todo el territorio peninsular. En cambio, en áreas ampliamente romanizadas, como la Bética y la Tarraconense, sólo existen azudes y en número reducido. El azud es una rueda hidráulica para extraer agua de los ríos, movida por la misma corriente de agua. Se trata de una noria. Pero estos artefactos no mantienen efectividad durante tiempos largos, pues no pueden sostener su estructura original; pueden desaparecer por crecidas del régimen fluvial o contingencias de la naturaleza. Las presas romanas en las provincias y en torno a las ciudades importantes señalan importantes diversidades de construcción. Así, las grandes presas del río Ebro, Almonacid de la Cuba, Muel, Ermita de la Virgen del Pilar, con las de Extremadura –Cornalvo, Alcantarilla y Proserpina, son presas reguladoras de grandes dimensiones. La de Proserpina, por ejemplo, abastece a Mérida y es fuente de origen para el acueducto Milagros; tiene la toma de agua del río Albarregas. En Castilla-La Mancha la presa Alcantarilla se nutre de los ríos Guajaraz y Mazarambroz y abastece la ciudad de Toledo. Obras menores para el uso del agua son los abrevaderos de origen romano de Cella, Pozo Pedregal, Vuelcacarros, Galiana y otros. En Hispania romana, debidamente catalogados, hay un número elevado de, al menos, cincuenta. Es de señalar la aportación al conocimiento de la civilización romana en Hispania de presas reguladoras del agua, llevado a cabo por investigadores universitarios que, además del estudio arqueológico, fundamentan sus estudios en un proceso de comunicación Estado-Sociedad ejemplar de la antigüedad.
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