M. Hernández Sánchez-Barba

El agua y la cultura

Historiográficamente, es decir, la opinión escrita, proporcionando una imagen de la realidad en un tiempo concreto del proceso histórico por parte de personas que lo hiciesen con propósito informativo para la posterioridad, o bien por otros que lo efectuasen con decisión de transmitir una técnica específica utilizada por los hombres de determinada época, con objeto de servir facetas o modelos de uso, empleo o modo de aprovechamiento, constituye una de las fuentes más decisivas para que el historiador, sin necesidad de recurrir a documentación oficial, pueda tener acceso a lo que bien pudiésemos considerar opinión pública, sin necesidad de provecho en mayoría cuantitativa, aunque sí para tomar conciencia del sentido práctico que los miembros de una sociedad, con antecedentes generacionales de importantes culturas, apreciasen el valor de la innovación técnica para el aprovechamiento de los recursos naturales por parte de los hombres con responsabilidad histórica en épocas de las que confluyen culturas, en las que debe tenerse en cuenta la importancia que pudieron alcanzar los recursos naturales para, con el incremento de las rentas, la constante ciencia de los saberes médicos, el aumento del uso de razón para conocer la raíz de los efectos por las posibles causas originarias y, sobre todo, cómo la confluencia en el tiempo y en el espacio de civilizaciones creadoras pueden originar impulsos de florecimiento en todas las estructuras que constituyen el espíritu objetivo de una civilización y, en gran medida, la configuración de una mentalidad social comunitaria, de la cual se pueden comprender muchas de las actitudes, desde los procesos económicos, no movidos por algún tipo de interés, sino para cubrir las necesidades más inmediatas de una civilización.

Así ocurre efectivamente con el agua, elemento base humano, en función de múltiples variables, aunque siempre centrado en la estructura del poblamiento rural, en el que predominan las aldeas, casas o chozas sueltas, aisladas, sin formar con rapidez, sino muy lentamente, caseríos, aldeas y ciudades. La constante historiográfica, a la que, con anterioridad aludíamos, se encuentra en la línea de ineludible especificidad, que es el binomio despoblación-repoblación como constante histórica. Las posibilidades de variabilidad de los esquemas teóricos, proyectos que no siempre alcanzan realidad, en este caso sí que pueden afirmarse “políticas”. Y es, precisamente por ello, la importancia en la que tanto insistió la escuela de medievalistas españoles bajo el magisterio de Don Ramón Menéndez Pidal, en la toponimia como factor principal para aproximarse a ese importante factor histórico que marca el ritmo del factor poblamiento/despoblación, que, a su vez, imprime carácter al poblamiento.

Entre los años 400 y 800 e incluso 1000, es decir lo conocido como Alta Edad Media, ¿cómo se puede explicar históricamente el crecimiento prefeudal que ofrece una fuerte presión humana y cultural sobre el territorio –tardo romano, germánico, árabe-bereber, establecimiento de la primera unidad– que se convertiría en el fundamento de la civilización de los señoríos, ciudades feudales, reinos organizados en la etapa histórica que todavía no se sabe qué nombre toponímico histórico asignarle? Repoblaciones o colonizaciones sucesivas son características de los territorios cantábricos, valles pre-mesetarios y el reborde más norteño de las “estepas” mesetarias, desde donde se buscan los puertos del Cantábrico.

La base de la estructura político-social es el poblamiento –disperso–, el factor esencial alimenticio, la agricultura, y el eje de ésta, el agua. Este es el sentido más profundo de la Alta Edad Media en todos los territorios constitutivos de la sociedad cristiana occidental, uno de los tres sectores en que se dividió el Mare Nostrum del Imperio romano; por añadidura, el sector más desmantelado territorial y culturalmente del antiguo Imperio de Augusto, pues Bizancio y el Islam, por distintas vías y tradiciones, se constituyeron con perfecta energía. La sociedad cristiana, de fuerte profundo sentido universal y salvador sentido espiritual, tenía que crearse su propia cultura, economía, sociedad, política y pensamiento y transmitirlas a toda la humanidad. Para ella también el agua tiene su influencia productiva y, sobre todo, carismática. Aquí también radica la función del crecimiento, la renta y las manifestaciones esenciales de la vivencia religiosa en los hombres.