Manuel Coma
El aliento del dragón
Ni G-20, ni G-8; ahora de nuevo G-7, sin Rusia tras Ucrania. Lo importante es el informal G-2, se viene diciendo desde hace 10 años, pero la creciente falta de sintonía en una amplia banda de frecuencias entre la hiperpotencia y la que aspira a igualarla, y no oculta que a sustituirla, ha impedido que esa nueva configuración internacional se institucionalice. Más bien al contrario, el desencuentro ha ido aumentando. Obama, con Clinton en Estado, quiso llevar a cabo la gran innovación estratégica del «giro» de EE UU hacia Asia, que Pekín rápidamente interpretó como un intento de «contención» de una China cada vez más afirmativa y ambiciosa. Washington abandonó la denominación «políticamente incorrecta» y pasó a hablar de equilibramiento de las relaciones, pero los vecinos del gigante asiático estaban más interesados en la primera versión que no es su mitigado sucedáneo. Por ello han estado buscando una intensificación de sus relaciones con Washington y de ellos entre sí, lo que algunos han llamado el «juego de tronos» asiático, para tratar de resistir el cada vez más sofocante aliento del dragón continental. En una época de recortes en defensa, Washington no ha puesto sobre el tapete los imprescindibles activos militares que le darían sustancia a la empresa. Por otro lado, Oriente Medio no se ha dejado eclipsar y América no consigue girar su atención hacia otras latitudes.
Esta semana, el presidente Xi Jinping ha aprovechado la Asamblea General de las Naciones Unidas para presentarse en Nueva York y Obama, desoyendo voces que consideran que China no se ha hecho merecedora de ninguna clase de honores, ha querido conferirle el máximo rango al viaje, convirtiéndolo en visita de Estado. Ciertamente los temas a tratar son muchos, muy importantes y cada vez más urgentes. Algo positivo cabe esperar del contacto directo, cuando la parte problemática lo busca, pero siempre puede darse que lo que pretenda sea obtener y no conceder, que es el estado de ánimo que los observadores detectan en Pekín. Cabe suponer que bajo las presiones económicas internas y un calentamiento excesivo por parte de los vecinos, el líder comunista busque una pausa en los roces y tensiones, como predecesores suyos han hecho con anterioridad.
En la reunión del viernes entre los dos líderes, Xi pronunció algunas palabras conciliadoras, que no tienen mucho de nuevo y cuyo alcance sólo podrá medirse con los hechos, mientras que pretendió resolver otros problemas negando que realmente existan. Trató de echarle tierra a la abrasiva afirmación de soberanía sobre el Mar de la China Meridional mediante la construcción de islas artificiales con puertos y aeropuertos sobre islotes, arrecifes, bajíos o rocas que sólo quedan al descubierto con la bajamar, diciendo que no se trata de militarizarlas. Suena a burla poco tranquilizadora. Respecto al masivo pirateo informático desde China sobre EEUU, con robos de secretos empresariales y fichas de funcionarios públicos, negó, contra fehaciente evidencia, participación oficial, y prometió tratar de impedirlo. No se sabe que haya habido serios progresos en cuanto a las reformas internas necesarias para la estabilidad económica mundial, empezando por las manipulaciones monetarias que tratan de favorecer las exportaciones. Se han considerado positivas las promesas de medidas climáticas, pero no son las primeras que no se cumplen y en todo caso es lo que China tiene que hacer por sus propios intereses, sin que nadie se lo pida.
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