César Vidal
El boquete turco
Erdogan ha sido siempre peculiar. Islamista en una república llevada a la modernidad y la secularización por Kemal, no tardó en captar las posibilidades que le proporcionaba el caos creado, primero, por la invasión de Irak y, después, por la subversión en Siria. Que, en un momento dado, mantuvo amistades peligrosas con ISIS no parece que pueda discutirse a día de hoy. Que intentó aprovechar la pertenencia a la NATO para golpear a Rusia, la única potencia que, durante mucho tiempo, machacó en exclusiva a ISIS, es irrefutable. Sin embargo, Erdogan se negó a mantenerse en la posición de mero peón y, en los últimos meses, ha comenzado a dar pasos llamativos. Primero, se reconcilió con la Rusia con la que había soñado en enfrentarse respaldado por la NATO; luego, volvió a abrazarse con Israel. Erdogan seguía actuando políticamente con una independencia llamativa y entonces vino el golpe. A día de hoy, los medios, las instituciones e incluso una sección importante de la sociedad de Turquía lo atribuyen a la acción de Estados Unidos. Según esta versión, la Casa Blanca habría deseado librarse de un político molesto y para ello habría recurrido al instrumento habitual en este tipo de operaciones, es decir, a las Fuerzas Armadas. Sin embargo, como en tantas ocasiones anteriores, el golpe habría fracasado. El exceso de confianza, el menosprecio del peso de Erdogan, la simple incompetencia habrían provocado un fracaso clamoroso, fracaso que, por añadidura, está siendo aprovechado por el presidente turco para llevar a cabo una purga que coloca en sus manos todo el poder. Si esta tesis –difundida cada vez por más medios y confirmada, siquiera indirectamente, por algún general norteamericano– se corresponde con la verdad resulta casi baladí. La realidad es que Erdogan la está utilizando para dar un viraje en su política exterior, hasta ahora encaminada a aprovechar su papel en la NATO y a entrar en la Unión Europea. De momento, el objetivo es restañar las heridas con Israel, mirar hacia Oriente y llevarse a las mil maravillas con la Rusia a la que agredió injustificadamente hace unos meses y que, por cierto, ha recibido en los últimos tiempos la visita de diputados franceses que han expresado su voluntad de no seguir apoyando a los corruptos nacionalistas ucranianos. Los errores en política internacional siempre salen caros y el no saber aquilatar lo que significa Erdogan no iba a ser una excepción. De momento, en el Mediterráneo oriental se ha abierto un boquete de no pequeñas dimensiones.
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