Alfonso Ussía
El bosque y el rúter
Llegar a Cantabria después de dos meses conlleva graves problemas. El paisaje es el mismo, pero el rúter no. El rúter está siempre estropeado y Telefónica ha celebrado con unánime devoción el día de la Inmaculada. Treinta años atrás el sistema de envío de un artículo al periódico era más trabajoso. Mis columnas se publicaban en ABC, y allí en la Redacción siempre estaban dispuestos los taquígrafos. Años más tarde surgió el fax, que ya parecía un milagro, y ahora vivimos inmersos en la tiranía de Internet. Aquí, aunque en estos días la temperatura engaña, los inviernos son húmedos, ventosos y en ocasiones, huracanados. Y todos estos genios de la informática no han inventado aún un rúter a la medida de las inclemencias meteorológicas.
El primer marido de Cayetana Alba, Luis Martínez de Irujo, que fue el responsable de poner en cada sitio todas las riquezas y documentos de la Casa –Aguirre no hizo nada–, era persona austera y de pocos caprichos. Pero un día se compró un Bentley. En la vida privada, que no la pública, el Rolls es mucho más hortera que el Bentley, y no me pregunten por ello porque carezco de argumentos para responder. El Bentley es tan bueno como el Rolls pero matizado de clase. Un tejano millonario lo primero que hace es comprarse un Rolls, en tanto que el Bentley exige en el comprador discreción y buen gusto. El duque de Alba estaba feliz con su Bentley y decidió rodarlo por el norte de España. En Bilbao, se escachifolló. Inmediata llamada de protesta a Londres. Al día siguiente, un avión procedente de Heathrow aterrizó en Sondica con un Bentley exactamente igual al del Duque de Alba. Le hicieron firmar unos papeles. Y el Bentley funcionó a las mil maravillas. Pasados unos meses, el duque de Alba visitó en Londres al concesionario que le vendió el coche. No sabían nada de un Bentley estropeado en Bilbao, ni del avión que llevó al coche de repuesto, ni reconocieron la incidencia. Esos papeles garantizaban la propiedad del duque sobre el nuevo Bentley. El anterior, no había existido. «Un Bentley jamás se estropea. Lo más grave que puede sucederle es que por circunstancias anómalas, no arranque». Y ahí terminó la historia del Bentley estropeado del duque de Alba que jamás existió.
Los rúter no son como los Bentley. Los rúter se estropean una barbaridad con el primer golpe de nordeste. Y aquí estoy, en Comillas, aislado del mundo por culpa de un rúter que ha decidido suspender sus actividades el día de la Inmaculada. Si Bentley fabricara ruters para Internet, ya tendría el aparato nuevo perfectamente instalado. Pero no. La dictadura de la gran compañía actúa con la parsimonia propia de los poderosos. Y aquí tengo al puñetero rúter, delante de mis narices, mientras sostengo en mi ánimo una lucha enconada que aún ignoro su desenlace. O tomo el rúter y los estampo contra la pared, o lo abandono en la soledad del bosque detenido, ese bosque desnudo y frío de los últimos días del otoño. Por si acaso , y para que conste mi protesta, he escrito sobre su carcasa un mensaje amable. «Rúter, eres un cabronazo», lo cual no deja de constituir un riesgo por si se enfada el resto de los rúter, y fundamentalmente, el que me instalarán en casa el día de mi retorno a Madrid.
Este mundo de Internet, el wifi, la tableta, los rúter y demás canallas está reñido con la escritura. Supongan que me levanto una mañana creativo y me da por inventar una palabra. Este imbécil, que es el ordenador, no me lo permite. Me advierte con severidad de que tal palabra no es correcta. Y hay que convencerlo para que autorice su inclusión en un texto. Y cuando este imbécil, el ordenador, duda de algo, procede a preguntar de una manera que siempre hay que responder lo contrario de lo que parece la respuesta correcta. Añoro aquellos tiempos en los que el bosque detenido, la floresta desnuda no me entristecía como ahora, y echo de menos con amor irrecuperable a mi vieja máquina de escribir con su tecla correctora, que sólo dependía de mí y no de instalaciones de reducida confianza.
Si fueran de Bentley, ya tendría el rúter colaborando conmigo y sin pedir pan.
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