Cristina López Schlichting
El caballero europeo
Antoine Leiris, colega periodista, perdió a su mujer en la sala Bataclan y su carta en Facebook se ha hecho viral: «El viernes me robásteis al amor de mi vida, la madre de mi hijo. Pero no tendréis mi odio. No sé quiénes sois y no quiero saberlo, sois almas muertas. Si ese Dios por el que matáis ciegamente nos ha hecho a Su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá abierto una herida en Su corazón. No os haré el regalo de odiaros ni de encolerizarme. Habéis perdido. La he visto esta mañana, tan guapa como el viernes, tan bella como cuando me enamoré perdidamente hace más de 12 años. Por supuesto que estoy devastado de dolor. Os concedo esa pequeña victoria, pero durará poco. Ella nos acompañará todos los días y nos encontraremos en el paraíso de las almas libres, al que jamás tendréis acceso. Tengo que despertar a Melvil de su siesta. Sólo tiene 17 meses. Va a merendar, como todos los días, después jugaremos como todos los días y todos los días este niño os hará la afrenta de ser feliz y libre. Porque no, tampoco tendréis su odio». Ningún asesinato puede ocultar la belleza y la verdad de este testimonio. El odio es el peor cáncer. Con el laicismo, Francia ha privatizado y escondido hasta el extremo las propuestas del humanismo cristiano. Al final, a los jóvenes desnortados se les queda corta la oferta de buena vida y sexo fácil, como en el corazón se nos queda corta a todos. En el individualismo y la soledad, el Dáesh encuentra tierra fecunda para sembrar el odio. La violencia y la épica del mal poseen a los que buscan desesperadamente un sentido a sus vidas. Ahora toca defenderse del agresor injusto pero, como escribía Fabrice Hadjadj esta semana, la defensa precisa de ideales. No se puede arriesgar la vida sin ellos. El caballero cristiano representaba al hombre que buscaba la justicia, porque sin justicia no hay paz posible. La defensa de Europa precisa la recuperación de esta identidad que nos han hecho envidiados en el mundo entero. Y de un ideal de hombre mucho más grande y generoso que el asesino que se hace estallar matando a otros. Nuestros jóvenes se preguntan por el sentido de la existencia y muchos no se dan por satisfechos con la Europa del confort y el éxito, donde el cuerpo 10 y el gimnasio encabezan las prioridades. Es preciso rescatar la figura del Amor que domina la vida cristiana, el de la caballería de Tolkien. La fuerza del mal es la capacidad de inducir a los hombres a morir asesinando, y sólo la propuesta de una civilización del amor es más fuerte que esta tentación. No nos engañemos, el combate no se reduce a las armas, la batalla se desarrolla en los corazones y estriba en ofrecer una esperanza tan poderosa que permita arriesgar la vida y donarla.
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