Martín Prieto

El catalanazo

La Razón
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Cada tantos años, y siempre en periodos de ensanche de las libertades catalanas, el secesionismo de más allá del Ebro (que nace en Cantabria) implosiona no como rebelión ante los agravios, sino como traición al Estado y una mayoría de catalanes que también se sienten españoles. Cataluña, como el resto de España ha vivido bajo distintas opresiones, y quedamos ayunos de la Ilustración y la Revolución francesa. Cuando Franco visitaba Cataluña era tal el desborde del gentío que imposibilitaba la sospecha de que fueran manifestantes forzados o pagados, y el alcalde Porcioles incluía el nacionalismo en la unidad de destino en lo universal, que a la postre es dicho de Ortega y no del fascismo de Primo de Rivera. Francesc Macía (teniente coronel de ingenieros) proclamó el Estado catalán aprovechando la debilidad del Gobierno provisional de la II República que no se podía permitir el cantonalismo o el derecho a decidir. Tres ministros «provisionales» tuvieron que correr a Barcelona a atemperar a Maciá con la oferta del Estatuto que luego fue. Su sucesor Lluis Companys fue aún más oportunista declarando por su cuenta la independencia en plena insurrección socialista de Asturias, matanza que obligó a traer mercenarios marroquíes. El catalanazo en ciernes, nuevamente, está traicionando la Constitución, entre cuyos padres figuraron brillantes catalanes y que fue masivamente votada por ellos. Estos bolivarianos a la violeta confunden el derecho a la autodeterminación (válido para las descolonizaciones tras la II GM) con un derecho a decidir, extraño a la filosofía jurídica. Estos pesados, ajenos a que se sientan en una minoría de votos, podrían decidir, según su derecho, declarar la guerra a Andorra y anexionarla o reinstaurar la pena de muerte en Cataluña; lo que decidan los decisorios. Rajoy está haciendo más cosas de las que supone «El País», menos dar puñetazos en la mesa y siguiendo el guión jurídico elaborado hace tiempo por los abogados del Estado. Como en las artes marciales orientales, hay que saber utilizar en provecho propio la fuerza bruta del adversario. Como Maciá, como Companys vuelve el voluntarismo y el atropello de «aquí mando yo», nuevamente no contra un Estado opresor sino contra la Constitución que ha otorgado a Cataluña el mayor autogobierno de su Historia. En Barcelona se fragua un golpe de Estado en toda regla, pero sin militares. Se dice en Las Ramblas que cuando se llegue al precipicio comenzará la negociación. Quizá estos arrebatacapas se conformen con el 3%, que es a lo que están acostumbrados.