Cataluña
El chachachá y la Constitución
A la Constitución le ocurre como a esos otros tomos que adornan las estanterías. Pasan los años y nadie los lee por el simple hecho de que están ahí, dándole brillo al mobiliario para siempre, hasta que la muerte los separe. Un clásico en ese género ha sido el Quijote, aunque la Biblia fue hasta hace bien poco otro ejemplo de perenne lectura diferida, una especie de anhelo con un añadido sello de autoridad que además aporta color sobre el tono del mueble. Si la lectura de la Constitución hubiera sido general, cuántas horas de debates se habrían ahorrado y ahora, por un poner, se estaría ahondando en los problemas de la demografía. Pero no, lo importante es el chachachá catalán. El ritmo de las calles en Cataluña ha tomado un aire cachazudo que atrae como moscas a todo aquel cuya meta política consiste en la destrucción del sistema: es la revolución, defienden, arriba la lucha de clases y abajo el capitalismo. Ahí están desde las CUP al SAT, pasando por las mareas de Podemos y algunos sectores comunistas. Qué pena da que ellos tampoco hayan leído la Constitución. La Carta Magna puede ser reformada, naturalmente, pero siguiendo los procedimientos en ella establecidos. Algo tan sencillo de comprender que resulta sospechoso, a tenor del confeti y el azúcar de algunas calles catalanas, que no se entienda que Puigdemont y Rajoy no pueden sentarse a acordar un referéndum sin vulnerar el Título Preliminar de la Carta Magna. No es tan difícil de entender. Pero ahí está el SAT, organizando en la Universidad Pablo de Olavide un acto «por el derecho a decidir» junto a gente de las CUP. «1-O empieza el mambo», reza el cartel. Es la sola fantasía de estos revolucionarios de salón: danzar sobre la tumba de la Constitución al son de un chachachá cubano.
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