Crisis económica
El desconcierto actual y el futuro
La victoria de Trump ha provocado el desconcierto en una gran mayoría de personas y países de nuestro entorno que, más que no contemplarla, no la deseaban bajo ningún concepto. Y son esos mismos los que ahora se sorprenden por el aparente cambio de actitud de Trump y la modulación de sus bravatas electorales, incidiendo en ellas como si a través de su recuerdo permanente consiguieran dar la vuelta a un resultado que no era el que deseaban. Algunos deberían recordar aquello que sin ningún rubor ni contestación crítica por parte de sus allegados declaraba un ilustre líder socialista, «los programas electorales no están para cumplirse».
El discurso de fondo del presidente se ha basado en algo tan sencillo pero tan atractivo para los americanos como exacerbar ese orgullo de pertenencia con el objetivo de «volver a hacer a América grande», acompañado –eso sí– de declaraciones y anuncios que han sonado en ocasiones preocupantes y desafortunados, lo que se ha transformado rápidamente en críticas de populismo, proteccionismo, aislamiento, que veremos en qué quedan cuando inicie a finales de enero su mandato y empiece a tomar medidas concretas.
Al margen de este debate político-mediático, existe uno más profundo que desde hace tiempo se pregunta el porqué de la crisis de partidos y políticas tradicionales en medio de un proceso de globalización, con mayor interrelación e intercomunicación de personas, países y economías, y el por qué de liderazgos muy vinculados a esa idea de reivindicar lo propio y el orgullo de pertenencia, como ocurre en el caso de Putin en Rusia y en el de Erdogan en Turquía.
Parece evidente que este desarrollo hiperacelerado de nuestras economías girando en torno a la globalización, las tecnologías, las telecomunicaciones, y al cambio de una economía real por una economía financiera no ha satisfecho las expectativas de los ciudadanos, que se han visto empobrecidos, superados por una invasión descontrolada de inmigrantes que ha amenazado su trabajo, su seguridad, su progreso y el de sus familias, y puesto en cuestión la garantía de las prestaciones a recibir por parte del Estado de bienestar.
Una nueva situación que no ha evitado una crisis económica profunda, que ha hecho que sus ahorros no valgan casi nada y no puedan vivir de ellos, y con unos liderazgos que, arrastrados por ella, parecen instalados en la resignación, ofreciendo como única solución un doloroso sacrificio en términos de empobrecimiento y desempleo.
Unos liderazgos que no se han parado a pensar qué estaba pasando con la gente y con una economía cada vez más centrada en la especulación financiera que hacían ricos a «brokers» recién salidos de la universidad, a las entidades en las que trabajaban, y a las grandes empresas capaces de competir en este nuevo escenario, mientras se destruía gran parte de la economía real, las pequeñas y medianas empresas, y el empleo.
O nos paramos a analizar las razones que están provocando esta situación lo que debemos corregir para cambiarlo, o la situación seguirá deteriorándose, proliferando este tipo de liderazgos, con consecuencias imprevisibles seguramente nada positivas. Evitemos llegar a lo que Delibes expresó en su discurso de ingreso en la RAE: «Que paren la Tierra, quiero apearme», porque no es posible.
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