Martín Prieto
El diálogo con trampa
La mitificación del diálogo viene desde el bajo franquismo y representa un endiosamiento tramposo: ni el diálogo entre cristianos y marxistas dio fruto alguno, ni los «Cuadernos para el diálogo» del bueno de don Joaquín Ruiz-Jiménez sirvió de escabel a la democracia cristiana española. No obstante, el acreditado diálogo del doctor Ollendorf continúa teniendo adeptos entre nosotros: «¿ Qué hora es?»/ «Manzanas vendo». Artur Mas, el motorcito fuera de borda del independentismo catalán, no se atreve a dialogar con los catalanes que han dejado escandalosamente de votar a CiU pero quiere chau-chau con el Gobierno como un doctor Pangloss, filósofo plano y adalid del mejor mundo posible sin contradicciones insuperables. El Gobierno rechaza el Acta Soberanista del Parlament y la remite al Tribunal Constitucional por cinco inconstitucionalidades. El secesionismo puede darse con un canto en los dientes ante tanto garantismo porque el Constitucional tiene una terrorífica jurisprudencia más que cuestionable. Lamenta displicente Mas que esta defensa propia de la nación denota la falta de diálogo del presidente Rajoy, ignorando que es imposible hablar con «Jack el destripador» en un callejón portuario de Londres cuando le dice a la pobre fulanita eso de: «Vayamos por partes». Neville Chamberlaine dialogó con Adolf Hitler en Múnich y propició la Segunda Guerra Mundial. Las fronteras españolas no se han movido en quinientos años, al margen de las colonias, y Cataluña no lo fue nunca. Cuando Italia o Alemania eran un rompecabezas, España ya existía tal cual es, y EEUU o Canadá aún no se habían constituido. Es inútil dialogar con quienes intentan reescribir la Historia o negar a los voluntarios catalanes que piensan que con la barretina lucharon en las guerras marruecas. Ciertos diálogos van enfundados en el guante de hierro de la traición. Antaño se decía: «Mata al Rey y vete a Murcia». Hoy lo que se quiere es convertir a España en un cantón desde un refugio en Barcelona.
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