Pedro Narváez
El esparadrapo de Torroja
Debió ponerse el esparadrapo hace años, cuando el mecano se deshizo, el juguete roto, y no esperar a que hoy no se pueda levantar. Siguió viviendo bien al Levante de Tarifa que le trajo dinero en fajos medianos como las pateras que hemos visto en las madrugadas de Bolonia. Recuerdo en el «Crónica Tres» de Jesús Hermida, aquel telediario, ese vídeo del grupo, hoy tan decadente, como somos ya todos los hijos del tiempo y la gran belleza. La decadencia con mayúsculas nos lleva a la posteridad, como el ridículo. Imaginen a Claudia Schiffer al pisar caca de perro en un desfile, el tertuliano al que se le escapó la detandura, el acento chicano de Aznar. El ridículo descuartiza el mito pero nos merece compasión. Lo de Ana Torroja se alza un palmo más, como una estrella descarriada con tacones en Cannes, y pasa del ridículo al insulto, sobre todo a su propia inteligencia, la que sí que tuvo para amasar una fortuna sin pagar a Hacienda. He aquí a una artista condenada por tres delitos fiscales que hace campaña a favor de la bajada del IVA cultural. Ni a Montoro, ay cuántas cosas dicen de ti, se le ocurriría mayor venganza en plena campaña de la renta, ahora que estamos todos muertos como bacterias tras el asedio del antibiótico de la declaración. Torroja es otro ejemplo de esa multitud que hoy exige eso que llaman altura de miras, una intachable conducta pero para los demás, sobre todo sin son políticos, convertidos por decreto popular en un pelotón de chorizos. De ser candidata, no podría ir en ninguna lista, a no ser que se la colara a Rivera, el Don Limpio que tendrá que sacar la lejía cuando los garbanzos negros ocultos traspasen el 24-M, y si perteneciera a la Casa Real, su marido, ahora tan tranquilo, haría el paseíllo, como recuerda el fiscal Horrach. Lo mejor que nos puede pasar, sobre todo a sus compañeros, siempre tan protestones, es que Torroja mantenga el esparadrapo en la boca para siempre, aún en el caso de que baje el IVA algún día.
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