José Luis Alvite
El estilo y la colada
Hay muchas explicaciones para la anemia que amenaza al cine y que se manifiesta en el distanciamiento de cierto sector del público y en el consecuente cierre de salas. Una de esas explicaciones tiene que ver con la incapacidad de la propia industria para generar mitos cinematográficos con los que puedan identificarse los espectadores. Muchos de los actores más aclamados son simples productos perecederos que sucumben a la trituradora de la excesiva publicidad, carne que se pudre casi al instante con la luz de los focos; empalagosas bellezas que, más que al cine, pertenecen a la confitería, de modo que lo que producen no es emoción, sino diabetes. A ellos se les caerían los dientes al pronunciar cualquier frase de Bogart y a ellas se les doblarían las piernas si tuviesen que soportar la mirada de Bette Davis mientras se desmaquilla en «Eva al desnudo». Jamás serán mitos del cine. Demasiada publicidad. Les falta intimidad y misterio. Sólo son combustible para iluminar dos temporadas la taquilla antes de que se los lleve por delante el olvido. Se cumplen cincuenta años del estreno de «Cleopatra» con Liz Taylor y Richard Burton, dos auténticos mitos del cine, una actriz descomunal y voraz que sudaba mostaza y un actor sólido y contundente de los de antes, uno de aquellos tipos ácidos y turbulentos, también elegantes –y desde luego, instintivos– que llenaban la pantalla antes incluso de aparecer en ella. Rezumaban vigor y erotismo, sensualidad y talento, y llenaban las salas porque vivieron en un tiempo cinematográfico en el que incluso para ser el caballo de John Wayne había que pasar un casting. Pertenecieron a aquella época irrepetible en la que en las escenas subidas de tono sólo salía desnudo el biombo de la alcoba. Y son mitos del cine porque nos regalaron su estilo y supieron ocultarnos su colada.
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