Estados Unidos
El fantoche
Cada día, al caer la tarde, el presidente Trump enciende el televisor, abre Twitter y, ratatatá, anda jaleo jaleo y suena la ametralladora. Lo (pen)último fue que Obama le espió. «Esto es Nixon/el Watergate. Un tipo malo (o enfermo)!». Una de tres. O Delira. O el presidente de EE UU ordenó pinchar las comunicaciones de Trump sin encomendarse a nadie. O el presidente de EE UU ordenó pinchar las comunicaciones de Trump tras obtener una autorización judicial. Sabemos que James B. Comey, director del FBI, solicitó el domingo al Departamento de Estado una nota negando el entuerto. Ni hubo pinchazos ni se les espera. Más bien los colaboradores de Trump cazados en conversaciones con los rusos cayeron porque a ciertos diplomáticos extranjeros sí les monitorean las comunicaciones. «¿Sergey, eres tú?». «Al aparato, ¿con quién tengo el gusto?» Y aquí rellenen con Mike Flynn (el ex consejero de Seguridad Nacional, que mintió al vicepresidente Pence y al Congreso respecto a sus contactos con los rusos), Jeff Sessions (actual fiscal general, que mintió al Congreso), etc. Atiendan a la lógica de Mr. Trump: un locutor de radio habla de pinchazos, le secunda el panfleto Breibart News, anteayer dirigido por Steve Bannon, hoy asesor del presidente, y... Trump da por buena la conspiración a falta de, mmm, no ya pruebas sino indicios. ¿Importa? No. El otro día liquidó con gran fanfarria la ley de aguas de la administración Obama, a la que acusa de haber destruido cientos de miles de puestos de trabajo. Admirable: buena parte de la legislación ni siquiera había entrado en vigor. Cuando ilustró con un ejemplo, un atribulado granjero de Wyoming al que impidieron hacer «un pequeño agujero» en su propiedad para buscar agua, olvidó añadir que el tipo, a fin de irrigar su estanque, había levantado una presa ilegal en un afluente del río Green, tributario del Colorado que cruza Wyoming, Utah y Arizona. El caso lo publicó Leigh Cuen en Vogue. Uno entre mil. Trump es un pato. Trump es un macarra. Trump es un capullo con empaque de chulo rodeado de un ejército de freaks digno de Tod Browning. Cuando lleguen las elecciones en Francia Trump celebrará la caída de Europa si Le Pen gana. Igual que hizo con el Brexit, no sin antes jalear durante meses a los bribones que lo idearon. Trump no tiene nada que ver con la derecha o la izquierda. Trump es el intoxicador supremo. Un mago de la manipulación emocional. Un artista del trile. Sus seguidores aplauden porque firma mucho, decretos, autógrafos, lo que sea, pero el 99% de cuanto rubrica muere en la orilla. Trump ladra, en televisión, en las redes sociales, y el resto cabalgamos a lomos de sus mentiras. Obligados día sí día también a refutar la sarta de imbecilidades de este hombre que va de Patton y apenas alcanza a traficante de estampitas explicado por un Baudrillard cualquiera. La Casa Blanca ya no existe. En su lugar luce un salón de espejos habitado por un fantoche. Lástima que, posmoderno o no, tomará decisiones más allá del reality.
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