Restringido

El gordo Moore

La Razón
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A Michael Moore los dioses del «agitprop» le concedieron talento para regalar y no es culpa suya si la gente insiste en que rueda documentales. Irremediable sectario, no hay salvación más allá de sus juicios. Según los acólitos gusta porque dice lo que otros callan. Hociquea en la basura. Empatiza con los humillados y ofendidos. Un antihéroe, un francotirador, un caballero a la contra. El bufón del Rey Lear. Algo así. Claro que la apabullante rentabilidad económica de sus películas encaja mal con la supuesta ferocidad de un discurso que de «outsider» tiene lo mismo que las cintas de Oliver Stone. Con el agravante de que al segundo se le reconoce, fundamentalmente, como director de ficciones. Mientras que Moore embute ficciones en un medio, el del documental, que no puede admitirlas so pena de hacerse el harakiri. Convencido de su infalibilidad, jaleado por los adictos de la brocha, el de Michigan confunde subjetividad y mentira, elocuencia y vómito.

Estos días Moore presenta trabajo, «Where to invade next». Donde viaja por el mundo y descubre maravillas para importar a EE UU. Un suponer, el sistema educativo finlandés o la comida «gourmet» que sirven en los comedores de los colegios franceses. Sólo espero que, como acostumbra, no haya alborotado una buena idea hasta cocinar un panfleto. Por intragable que resulte defender la histérica relación de los estadounidenses con sus armas, por fúnebres que amanezcan los periódicos día sí día también con la penúltima masacre, tengo clavado el trato vejatorio al que sometió a Charlton Heston en «Bowling for Columbine». Su acoso, tala y derribo al tipo que le había invitado a su casa. Acababas tan asqueado, tan cardiaco de mala educación y abusos, que casi (casi) entraban ganas de entrar en la Asociación Nacional del Rifle. O las acrobacias argumentales con las que coloreó «Fahrenheit 9/11». Con la habitual retórica, la que disculpa trolas al servicio del objetivo, agitaba suposiciones, hechos, lirismos. En su boca todo, incluidas las razones contra la invasión de Irak, atufaba a circo. A «tour de force» melodramático. Pero, ya digo, lo peores su grosería. Evidente en la paliza que dispensó a Heston. Ese cosificar al interlocutor. La infecta caricaturización de un hombre para dulcificar escabechinas. Compréndanlo. Moore pelea contra el sistema. Dado que el sistema no sabemos dónde coño encontrarlo, y el viejo chocho abrió la puerta y flaquea, pues oye, leña al mono y a la hoguera. Qué bonito y qué valiente azuzar a un individuo mientras la platea ruge de puro contenta, del lado de los buenos.

Más que metáforas lo suyo es un continuo encadenar hipérboles en plan tierra quemada. Carbonizada excepto en el espacio que siempre reserva para sí mismo. Protagonista supremo de cuanto graba, pues en realidad a Michael Moore no le interesa otro sujeto que Michael Moore. Norman Mailer podía defender que lo suyo, el cuento de la historia como novela/novela como historia, era una crónica poética, y lo era. Moore, incapacitado para la crónica y la poesía, tampoco engaña: dedica el metraje a filmar su barriga. Sebo por dentro y por fuera. No hay más.