M. Hernández Sánchez-Barba
El hombre apocalíptico
Apócalypsis es transcripción de la palabra griega con la que comienza el último libro del canon del Nuevo Testamento. El significado canónico del término significa Revelación a los hombres de cosas secretas, conocidas sólo por Dios, que se le hace al Apóstol San Juan, condenado a trabajos forzados por el emperador Domiciano en la isla de Patmos, una de las Espóradas en el Egeo, con el encargo específico de comunicarlo a las siete Iglesias de la provincia proconsular de Asia: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. San Juan escribió el libro donde presenta el poder pagano de su tiempo, luchando contra Cristo y su Iglesia a finales del siglo I, construyendo así un mensaje permanente en cuanto profético, con referencia explícita a los acontecimientos finales de la Historia de la Humanidad. El término se ha empleado en la Literatura e incluso han surgido grupos intelectuales que lo han adoptado como denominación propia, como ocurre en el grupo literario británico «Nueva Apocalipsis», nacido en vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuyas consecuencias fueron apocalípticas, quizás en línea de la poesía surrealista y su consiguiente hostilidad hacia los libros proféticos.
No es el reiterado campo profético, tan rico en el orden canónico y en tema tan decisivo para el hombre como es la Salvación, en el que quiero hacer referencia en el título de esta Tribuna, sino a la aplicación intelectiva del tema hecha por el gran pensador argentino Víctor Massuh, que publicó varios libros de gran importancia para el pensamiento contemporáneo, entre los que deseo destacar «La flecha del tiempo. En las fronteras comunes a la ciencia, la religión y la filosofía» (1990), que es uno de los más esclarecedores análisis de la moderna historia conceptual que han surgido del pensamiento humano.
En 1968 publicó Massuh «La libertad y la violencia», donde lleva a cabo un análisis decisivo acerca de ambos conceptos antagónicos que ha originado una realidad que salta a los ojos en cada sesgo de la vida histórica. La violencia, de ser un tema limitado a la Ética, se ha transformado en tema básico de la Sociología y la Política, hasta el punto, afirma Massuh, que hoy pensar en la violencia resulta inevitable para comprender el sentido de nuestra situación histórica, no sólo en el campo de la acción, sino también en el de la experiencia, e incluso en el del pensamiento. De modo particular, la exaltación de la violencia como principal estimulante de la vida histórica, tal como lo ha planteado, entre otros, Wilhelm Nietzsche, constituye algo notorio, no sólo en las calles sino también en los órganos de la representación parlamentaria. Massuh analiza en profundidad cuáles pueden ser los focos donde radica la violencia como actitud, hasta alcanzar la violencia absoluta, lo cual conduce a la aparición del «hombre apocalíptico» por la confluencia del enmascaramiento político, el descreimiento religioso y el desentendimiento de la condición moral, creciendo por vía contraria en los partidos extremistas, hasta el punto de otorgar justificación a la violencia filosófica, sociológica y jurídica y llegar a metas que, en el «hombre apocalíptico» puede incluso convencerle que la destrucción global puede conseguir condiciones bienhechores para la sociedad. Además, el «hombre apocalíptico» adquiere una sensibilidad histórica al anular la existencia del tiempo, condición esencial para conseguir el final ordenado de cualquier proyecto político. Esto es así porque el «hombre apocalíptico» une la fe en la hecatombe con su impaciencia por conseguir la destrucción. Es el imperativo categórico en la necesidad rápida, inmediata incluso, del final. Un final si fuese necesario por medio de la agresión a los fundamentos de su propia cultura.
El «hombre apocalíptico» no cree en nada, pues considera que los bienes y valores son «productos» gastados, sin tener en cuenta que fueron creados por los hombres en otras situaciones históricas, siempre para su bien. El apocalíptico, que tiene prisa por terminar, sólo confía en la destrucción volcánica. No es necesario poner ejemplos históricos, que ciertamente abundan en la historia europea occidental contemporánea, como ha puesto de manifiesto recientemente el profesor de la Universidad de Oxford e investigador en la London School of Economics, Michael Burleigh, sobre religión y política en Europa: «Poder terrenal. Religión y política en Europa. De la Revolución francesa a la Primera Guerra Mundial» (2005) y «Causas Sagradas. Religión y política en Europa. De la Primera Guerra Mundial al terrorismo islámico» (2006), publicado en España por Taurus.
El hombre es la esencia del Estatuto Histórico, pero al mismo tiempo sujeto y objeto, ser y tiempo. Hay que plantearse con seriedad y profundidad si la época que ha conducido a la existencia de la violencia como condición posible vital, social o ideal puede considerarse inevitable, porque no puede ser praxis absoluta de la realidad histórica de hoy.
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