Alfonso Ussía

El indignadísimo

Miguel Bosé está descontento. Más aún, indignado, y apoya a los estalinistas teóricos. Me parece extraño lo de este hombre. Los Dominguín se dividen en dos clanes. Los que han elegido la rama torera y pelotari –la abuela Lucas era una famosa pelotari que se abría las manos en el frontón «Jai Alai» de Madrid–, y los que han optado por el Bosé. Los González Lucas, los Dominguín, eran frontales y magníficos. El mejor, sin duda alguna, Luis Miguel. Enorme torero, generoso, seductor, conversador insuperable y como todos los que acumulan una gran fortuna jugándose la vida y ofreciendo la femoral, muy de derechas. No obstante, siempre se ocupó de mantener al margen de posibles inconvenientes durante el franquismo a su hermano Domingo, comunista reconocido, y ayudó a su otro hermano, Pepe, con fraternal constancia. Cuando se separó de Lucía Bosé, sostuvo con toda holgura a su mujer e hijos en un lujoso chalé de Somosaguas, donde Lucía, Miguel y Paola –las niñas, más «dominguines» y el niño más Bosé–, crecieron sin traumas económicos y con sus mañanas resueltos.

En el tramo final de su vida, Luis Miguel se casó con Rosario Primo de Rivera y Urquijo, y fue feliz.

No dejó una herencia corta. Entre otros bienes, la maravillosa finca «La Virgen», a la que rebautizó «El Rosario», sita en el camino tortuoso que lleva hasta el Santuario de Santa María de la Cabeza, gloria defendida por la Guardia Civil. Dominaba desde la casa el prodigio de ese final o principio, según se mire, de Sierra Morena, dehesa movida y monte compacto, campo vecino al «Horcajuelo» de mis amores. De «La Virgen» y sus monterías me contaron muchas anécdotas y peripecias el propio Luis Miguel y nuestro común amigo Juan Antonio Vallejo-Nágera, que se marchó muy pronto abatido por un cáncer. Luis Miguel fue un hombre que ayudaba, sin que se le viera la mano, a decenas de antiguos compañeros de la torería. Era listísimo, intuitivo, simpático, arrogante y con una historia personal sorprendente.

Le intrigaba la predisposición hacia la militancia de izquierdas de algunos de sus familiares. «No lo entiendo, lo han tenido todo desde niños». Para él, que algo había de influencia de la rama italiana, donde militar en la izquierda desde la comodidad vital era norma de esnobismo. Adoraba a sus hijas y respetaba la profesionalidad de su hijo, aunque no compartía sus aspavientos. «Se mueve demasiado cuando canta».

Para mí, que Miguel Bosé es mucho más italiano que nieto de Quismondo. Tener una madre con el pelo azul no es del todo sencillo. Bosé ha ganado con su profesionalidad y trabajo mucho dinero en su versión artística, y habría de sentirse orgulloso. Pero se mueve en esa cuerda que separa los valles del «quién soy yo» y «qué dirán de mí» que es un altozano confuso. Luis Miguel era igualmente querido y admirado por Franco que por Picasso, al que rechazó su petición de pintarle un retrato. Tenía escondido a su hermano Domingo, perseguido por la Brigada Social. En una cacería, el ministro de la Gobernación, general Alonso Vega se lo advirtió con severidad. «Miguel, si no me dice dónde está su hermano, lamentándolo mucho, tendré que ordenar su detención». Durante el «taco», Luis Miguel se dirigió a Franco: «Excelencia, aquí su ministro, que amenaza con detenerme». Franco zanjó el asunto con un comentario displicente: «No le hagas caso, Miguel, que Camilo es muy puntilloso». Y Domingo siguió a buen recaudo bajo la protección de su hermano.

La verdad es que tenía intención de escribir de Miguel Bosé, el indignadísimo sin causa, y he escrito de su padre, el que de verdad valía. Sucede cuando un personaje está lleno y el otro, por incoherente, semivacío.