Alfredo Semprún

El islamismo avanza en la República Centroafricana

El islamismo avanza en la República Centroafricana
El islamismo avanza en la República Centroafricanalarazon

Los diamantes y el saqueo de los bosques mantienen a la República Centroafricana con una apariencia de país. Poco más hay que rascar. Con un territorio más extenso que España y apenas cinco millones de habitantes, enclavada en el vértice de todas las desgracias africanas –hace frontera con Sudán, Sudán del Sur, Chad, los dos Congos y Camerún– su historia reciente es la de una sucesión de golpes de Estado, elecciones fraudulentas, acuerdos nunca cumplidos y grupos armados de dudosa obediencia. Nuestro ministerio de Exteriores desaconseja el viaje «en cualquier circunstancia» y considera a todo el país como «zona de alto riesgo». Aunque de mayoría cristiana, hay una notable implantación del islam en el norte, que nunca había supuesto mayor problema para la convivencia. De hecho, dirigentes católicos, protestantes e islámicos han venido actuando de consuno para imponer un poco de calma y razón en los eternos conflictos civiles. Pero sólo hasta ahora. Desde hace unas semanas, arden las misiones cristianas en el norte y el este del país. El 12 de marzo, le tocó el turno a la de Bangassou, sede del obispo Juan José Aguirre, un misionero comboniano nacido en Córdoba que ha dedicado su vida a los más necesitados de entre los más pobres del mundo. Cuando se produjo el asalto, monseñor Aguirre se había desplazado a Bangui, la capital, para un encuentro interdiocesano. Aprovechó el viaje para ponerse en contacto con los amigos en España y advertirles de que la situación política y militar se estaba deteriorando, pese a los últimos acuerdos de paz. Denunciaba que los islamistas, agrupados en el movimiento Seleka, se habían hecho con buena parte del país, atacando con saña todo lo relacionado con el cristianismo, y se preguntaba cómo era posible que Francia interviniera en Mali y dejara a su suerte a la República Centroafricana, cuando la implantación de un Gobierno islamista en Bangui puede acabar por incendiar una zona ya suficientemente incendiada. Para monseñor Aguirre, éstos han sido días de tremenda inquietud por la suerte de su grey y de sus colaboradores. Por fin, el 15 de marzo, se recibieron noticias desde la misión. Ángel, un cooperante español, se había puesto en contacto telefónico con su mujer, Inmaculada Cortiguera, que acompañaba al obispo en Bangui. Les trascribo parte del mensaje, tal y como lo ha publicado «El Día Digital», de Castilla - La Mancha: «Hemos podido contactar con Bangassou. El primero que ha llamado ha sido Ángel (..) Primero ha mencionado a Jean Marie, el jefe del garaje, hombre de confianza de la misión, el de más antigüedad. Le maltrataron como quisieron con tal de que les entregara los coches pertenecientes a la misión que él había escondido en los campos, en los barrios. Apareció sin gafas, descalzo, con la ropa destrozada y golpes por todo el cuerpo. Han destruido su casa. También, la casa de los padres espiritanos y la casa de las hermanas franciscanas, el garaje y la carpintería. Entraron en el hospital general y en el nuestro de Bangondé, saqueando la farmacia y destrozando el quirófano y el dispensario. Todo es un sin sentido, es destrozar por destrozar, sembrar el terror entre la gente». El proceso tiene signos inequívocos. Los militantes islamistas saquean misiones y aldeas cristianas, pero respetan las mezquitas. Luego venden el botín a los musulmanes, con lo que abren brecha en una convivencia hasta ahora pacífica. Mientras la rebelión «oficial» servía a sus fines, los milicianos se mantenían dentro de la disciplina de grupo. En cuanto se firmó un acuerdo de paz y comenzaron las negociaciones con el Gobierno central, han desertado para proseguir la guerra santa por su cuenta. Tienen apoyo en Sudán y entre los rebeldes de Chad. Saquean, violan y matan. Sólo la presencia de tropas de interposición surafricanas y chadianas les ha impedido asaltar la capital. Porque el Ejército centroafricano, como el de Mali, ha sido incapaz de defender los puestos encomendados. En Bangassou, no aguantaron ni un día.