Restringido

El muerto

La Razón
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La noticia de que Rick Perry, exgobernador de Texas, abandonó la carrera por las primarias del partido, de las que saldrá el candidato republicano a la Casa Blanca, provocó la natural sucesión de piropos. Hace semanas que Perry, apestado, no tenía ni para el finiquito a la secretaria. Canino y solito, no le quedaba otra que saltar por la escotilla. Repite descalabro, igual que en 2012. Ha comprendido tarde que los méritos cosechados en su pedanía no cuentan a escala nacional. Ni siquiera, como ha escrito Alan Fisher en Al Jazeera, sirvieron las gafas con las que posaba de un tiempo a esta parte. Ese toque Harvard con el que esperaba simular el sustrato cowboy, marcado como venía por el pecado original de ser tejano y el país ya tuvo suficientes barbacoas con Bush padre e hijo. Está por ver si ahora quiere al hermanísimo. Su actuación en el último debate, donde ni siquiera acertó a figurar en el prime time y tuvo que conformarse con hacer el ridículo en la mesa de calentamiento, la de los candidatos que habitan el pozo de las encuestas y son teloneros de los principales, prologó el guantazo de este fin de semana.

De Marco Cruz al último peatón todo dios ha colocado crisantemos en la tumba del caído, dominado por la pulsión necrófila de amar a tus rivales desde el momento en que hacen mutis. Rebusco entre la sucesión de halagos, que comenzaron incluso antes de que Perry dijera adiós amigos. Sobresale «héroe», ejemplo de una posmodernidad adicta al «low cost» semántico. Nuestro hombre, forjado en la victoria y también en la derrota como un hierro al fuego. Sonreirá a estas horas con la corbata desanudada. Cenando una hamburguesa. Bien sabe que una retirada a tiempo tiene siempre un reverso fatal de muchos abrazos al féretro, especialmente para comprobar que el muerto estaba ídem y no de parranda.

Más allá o acá de que a las palabras viajen con el viento y a ti te encontré en la calle hay que repetir la evidencia de que Perry ejerce como primera víctima de Donald Terremoto Trump. El combate desencadenado en cuatro meses de hostilidades ha demostrado que en estas primarias republicanas no sirve con tirar de empaque y credenciales. El público, harto de tópicos, quiere marcha. Lo de siempre, claro, pero sangrienta. Nadie descorcha hemoglobina con más y mejor ritmo que el palabrón multimillonario, lanzado cual tanque ladera abajo y feliz en su papel de embaucador profesional gracias a una dialéctica de tierra quemada. A Trump cierta prensa y buena parte del electorado le profesa un odio reconcentrado. A Perry hace tiempo que nadie lo importunaba. El odio hay que ganárselo. Así en Manhattan como en Usera sólo aplaudimos al mediocre y al muerto. Los ditirambos posteriores a su despedida funcionan como epílogo de un fracaso monumental. Por supuesto, le cabe idéntico consuelo que a tanto político en trance cadavérico. Ocupar atril en el paraíso del conferenciante; deambular por la ultratumba del ponente. Apostaría a que no es el único candidato que noqueado por Trump negocia el anticipo de sus memorias.