Familia

El padre

La Razón
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Yo nunca celebré el Día del Padre, instituido aprovechando la vara florida del bendito San José, porque ésta es una celebración comercial reciente, un invento de Galerías Preciados, y porque mi padre, que se llamaba Cristóbal y que era secretario del Ayuntamiento de Valtajeros, murió cuando yo tenía dos años y él no pasaba de los veintiocho. Desde entonces ando toda mi vida buscando al padre sin encontrarlo. No recuerdo nada de él por más esfuerzos que hago. No sé cómo era su voz ni el sonido de su risa cuando me sostenía sobre sus rodillas. Aquí, delante de mi mesa de trabajo tengo su fotografía en un marco ovalado, que es lo único que me queda de él. En un traslado se perdieron misteriosamente su laúd y su reloj de plata, de los que disfruté hasta bien entrado en la mocedad. A juzgar por la única foto suya de que dispongo, era un hombre moreno y muy apuesto. Siempre me han dicho los que lo conocieron que era alto, guapo, jovial, inteligente y de una extraordinaria personalidad. Supongo que en tantos años de ausencia lo he idealizado un poco. Pienso que no les importará a los lectores que, cediendo al impulso de mi cansado corazón y aprovechando el comercial Día del Padre, le dedique hoy este recuerdo como un regalo tardío.

Un día, sin avisar, hace muchos años, levantaron su sepultura en el camposanto de Valtajeros donde reposan sus huesos, anónimos desde entonces bajo la tierra seca. Mi madre estuvo toda su vida enamorada de él. Al lado de su cama tenía siempre un baulillo, forrado de seda verde-pistacho, en el que guardaba sus recuerdos más íntimos, junto con la colección de novelas por entrega de Pío Baroja, a las que era aficionada y que un cura tridentino le obligó a quemar «por impío» y en penitencia de sus pecados. Siempre me ha parecido que este ejemplo extremo de fidelidad deja en mal lugar a los que creen en lo esencialmente quebradizo y voluble del amor. En fin, ahora vuelvo a quedarme mirando las fotografías de los dos, situadas a ambos lados de la arqueta aquerada donde guardo mis recuerdos junto a los libros antiguos. No deja de ser un privilegio tener un padre perennemente joven, más joven que sus hijos e incluso más joven ya que sus nietos.