Debate de investidura

El paso

La Razón
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Si «Naranjito», hoy Señor Don, quiere madurar y dejar de estar al sol que más calienta tiene que asumir responsabilidades, no sólo cosechar elogios de Felipe González. El objetivo de todo partido es conseguir el poder para desarrollar su programa. Más allá del «trágala» de los seis puntos, que son un trampantojo con el que ocultar sus tragaderas, ha llegado el momento de pasar a la acción, de entrar en el Gobierno para ejecutar sus propuestas. No entiendo, será el puente o las Olimpiadas, cómo hemos tratado de hacer variaciones de la media docena de petitorias que son de natural monocorde y perfectamente asumibles, pero ahí ha seguido el «pedaleo agostí». A estas alturas, de la hartura y la espera, los pasos de Ciudadanos, los 40 y los 32, no han dado fruto alguno más allá de convertirse en el epicentro mediático de estos meses de naufragio. Si se pacta un Gobierno con miembros de C’S, con Rivera con o sin cartera, se llevará a la mesa que se pone los viernes eso que llaman «las reformas que no ha hecho el PP». Ese Gobierno con un apoyo parlamentario de, al menos 169, estaría en las mismas condiciones numéricas que la segunda legislatura de Zapatero y el PSOE quedaría ayuno de argumentos cuantitativos para no permitir que ese Ejecutivo eche a andar. Ése es «el paso», la entrada en el Gobierno, porque esa tesis de que el Ejecutivo va a estar en las Cortes es un argumento de imposible ejecución. Alguien tiene que llevar la iniciativa en nuestra vida parlamentaria y eso corresponde a quienes se reúnen en Moncloa. Si, tras una investidura que está sin fecha y rodeada de dudas, el Gobierno queda con un cimiento de 137 diputados, cada pleno será un «aquelarre» para los de Rajoy. Y las propuestas de Ciudadanos quedarán sepultadas por las fuerzas de izquierdas que marcarán los tiempos y los temas de las sesiones. Así que llamando a las puertas de septiembre, el escenario preferido de los malos estudiantes, el PP tendrá que ofrecer sillones y Ciudadanos decidir si quiere ocuparlos para «co-gobernar» o si prefiere ir de «correveidile» dejando a los demás los «recaos». Gobernar es dejar de ser «inmaculado» y a lo más alto de la política no llega nadie virgen. Los liderazgos se construyen sobre alfombras de cadáveres aromatizadas con pan de oro. La misma cantidad de sangre propia o ajena hay que invertir en su destrucción. Las cabezas cortadas no las trae Correos. Desde el 26J la de Rajoy cuesta 14 diputados más y eso lo saben en la sala de trofeos de Ferraz y tendrán que decidir, de verdad, si renuncian a ella, en la sede de Ciudadanos.