Cristina López Schlichting

El peligro de la inteligencia

La Razón
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He entrado en la habitación de mi hijo para preguntar de qué escribo. Es un sanctasanctórum de la tecnología en el que hace diseño 3D en varias pantallas grandes y desarrolla videojuegos. Me consta que la trabajadora que limpia en casa se las ve y se las desea para pilotar la aspiradora por entre los cables sin dañar nada ni resultar electrocutada. Por ahora está sana. Yo casi nunca cruzo el limes del cerco de la puerta, pero el verano es implacable con el periodista. Una está harta de la «pasión de catalanes» y desearía poner algo de color en la vida de los sufridos lectores. Mi chico dice que lo que este verano se discute en la red es el peligro que pueda suponer la inteligencia artificial.

-¿Habláis de robots y de cómo pueden matarnos?

-Mamá –contesta con paciencia, consciente de que nací en el Pleistoceno inferior– inteligencia artificial no es sólo robótica. La inteligencia artificial interviene en la cirugía más sofisticada, en el desarrollo de cálculos matemáticos o en la selección moderna de personal.

-Y eso ¿cómo puede ser peligroso?

Felipe ha tenido que dejar la recreación de un escenario donde un bosque se ilumina y oscurece a toda velocidad, reproduciendo la sucesión de horas del día y la noche, para explicarme que Elon Musk, director general de Tesla Motors, considera que la evolución exponencial de la inteligencia artificial representa un peligro para el ser humano, mientras que Mark Zuckerberg, creador de Facebook, no lo cree así. En la pelea han llegado a la mutua descalificación.

-¿Pueden atacarnos los robots?–pregunto.

-No es eso, madre –contesta con paciencia, le gusta llamarme «madre», como los antiguos, me resulta un punto cómico porque yo llamo «mamá» a la mía– la cuestión es que en muchos aspectos la inteligencia artificial ya nos supera. Por ejemplo en capacidad de cálculo o en rapidez.

-Pero nunca tendrán emociones o sensibilidad, eso es imprescindible para valorar un problema y resolverlo– le digo.

-No es cierto –arguye– una persona con el síndrome de Asperger tampoco tiene empatía y sin embargo resuelve problemas perfectamente.

-Muy bien –acepto– y ¿dónde está el problema?

-Musk cree que debemos estar en condiciones de desconectar cualquier procesador porque puede ocurrir que alguno intente atacarnos o eliminarnos, si conviene a sus razonamientos.

-¿Y por qué le parece mal a Zuckerberg?

Y he aquí que mi hijo replica que Mark Zuckerberg no se entera. Que más que un científico es un empresario, el quinto más rico del mundo y el más joven y, naturalmente, no está interesado en ponerle frenos a la tecnología. Pero que él piensa que es prioritario desarrollar y garantizar los mecanismos de desconexión de toda inteligencia artificial. Creo que mi hijo tiene razón. Al final, lo relevante siguen siendo el bien y el mal. Al fin y al cabo, nada ha cambiado demasiado desde la antigüedad. Pues que sepan ustedes que de esto va el futuro, de esto hablan los jóvenes. Que alguien se lo explique a Puigdemont y Junqueras.