Restringido

El precio de la irresponsabilidad

La Razón
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El nacionalismo se ha comportado siempre como una ideología que alienta las pasiones más poderosas de los seres humanos y que adormece el pensamiento racional. La historia europea del siglo XX está ahí para demostrarlo. Los socialistas y la izquierda en general siempre hemos tenido claras las malas consecuencias de la pasión nacionalista, pero no hemos tenido mucho éxito en combatirla. La historia europea del siglo XX también está ahí por si alguien tiene dudas al respecto.

El nacionalismo tiene mucho que ver con la ética de la convicción weberiana. Los nacionalistas se mueven inspirados por valores muy altos de amor a su país y a su nación, sin reparar en el precio de ese amor. Distinguía Max Weber entre la ética de la convicción, que sólo atiende a principios y valores, y la ética de la responsabilidad, que atiende a las consecuencias de los actos. Para Weber, un político es alguien que, además de convicciones, se responsabiliza de las consecuencias de sus actos. Cualquiera que observe el comportamiento del president Mas a lo largo de los últimos años puede reconocer la obcecada determinación de quien se va dirigiendo hacia un callejón sin salida, sorteando como puede los problemas jurídicos y siguiendo un instinto de permanencia personal en la historia. Da igual que el precio sea muy alto para los catalanes, por tanto sin reparar en las consecuencias.

Es un grave error combatir el nacionalismo separatista con nacionalismo centralista, porque tampoco el nacionalismo centralista parece reparar mucho en las consecuencias.

El Sr. Rajoy no ha tenido una estrategia en estos cuatro años frente al independentismo. No ha tenido una estrategia política, ni ha abordado transformaciones del sistema jurídico. Los independentistas han recorrido una espiral de ruptura, de alejamiento, de mentira y de adoctrinamiento, pero frente a ellos solo ha habido búsqueda de titulares en medios de comunicación. Tampoco el señor Rajoy parece haber pensado en algo más que su amor a España tal, como él lo entiende, como justificación de su forma de actuar.

A un mes de las elecciones catalanas, y a tres de las elecciones generales, el PP quiere cambiar la ley para que el Tribunal Constitucional sancione a quien incumpla sus sentencias. Vaya por delante que el cambio de un elemento del sistema político requiere un amplio grado de consenso y que cambios referidos al Tribunal Constitucional son cambios que afectan al sistema. No se trata de aumentar el número de becas, o construir dos carreteras más, es una decisión que requiere un consenso más propio de un inicio de legislatura, por mucho que pueda hacerlo ahora de prisa y legalmente.

Pero ésa no es, a mi juicio, la única razón que convierte en un error la propuesta del presidente del Gobierno. La razón política fundamental hay que buscarla en las consecuencias. Una decisión semejante redundaría en un fortalecimiento del sentimiento independentista. Si el Parlamento aprueba este cambio legislativo, y si como consecuencia de ese cambio el Sr. Mas fuese separado de su responsabilidad, o tuviese consecuencias penales graves para él, se construiría el icono del mártir y la respuesta sería mayor radicalismo social en Cataluña y ganancia de adeptos para el separatismo porque contribuiría a su relato de la historia. Sería interpretado, con la inestimable ayuda de los medios alineados con Convergencia Democrática, como una agresión que ratifica sus posiciones iniciales.

Los responsables políticos deben evaluar las consecuencias de sus actos, pero en este caso, el Sr. Rajoy ha utilizado, en términos weberianos, la ética de la convicción frente a la ética de la responsabilidad, es decir, no ha hecho un análisis riguroso de las consecuencias. La ética de la responsabilidad requiere analizar las consecuencias, por ello utilizar métodos dudosos para conseguir un fin suele tener resultados en sentido contrario al esperado.

El PSOE es el otro gran partido en nuestra democracia. Las críticas a la propuesta del Sr. Rajoy no deben apuntar a los intereses electorales del PP, ni su preocupación debe ser la repercusión electoral para el PP, sino las consecuencias para los ciudadanos y ciudadanas. Enzarzarse en discusiones no sustantivas del problema es aportar poco al debate. Claridad en el alejamiento del nacionalismo y enfocar a la esencia del problema le dará la credibilidad electoral que necesita para resolver los problemas de la sociedad española.

Los nacionalismos abordan la política desde lo jurídico y lo histórico, pero no desde la vida real. La independencia es la ruptura de lazos, de sentimientos, de relaciones humanas. No habría ningún lugar del mundo con tantos primos, abuelos y nietos pertenecientes a países diferentes. Siempre he pensado que la política puede ganar a la lucha de poder y a la sinrazón.

El 27 de septiembre debe ganar la política en Cataluña; es decir, deben ganar quienes se preocupan de las consecuencias de sus actos para la gente real.