José Luis Alvite
El premio y el cacheo
No he sido nunca un periodista de galardones, ni lo he buscado, ni conté jamás con ello. He tenido una carrera desordenada, cultivada casi como un vicio, sin sentido del provecho y sin objetivos, de modo que la posibilidad de conseguir algún premio en el ejercicio del periodismo me pareció siempre remota en comparación con el riesgo de contraer cualquier enfermedad. Nunca tuve tanto dinero que fuese a durarme más que el prestigio, ni tanto prestigio que no me valiese la pena perderlo por culpa de algo que me pudiesen curar de madrugada sin anestesia en la farmacia de guardia. Pero tampoco he sido un héroe en el anonimato, ni el mártir de alguna causa perdida, y tampoco uno de esos tipos que sólo encienden la luz para acertar luego al darse prisa en apagarla. Si algo he conseguido en este oficio fue tal vez la consecuencia involuntaria de algún error, como le ocurre al soldado que pone en desbandada al enemigo agracias a haber huido cobardemente de la lucha corriendo en la dirección equivocada. Me casé en dos ocasiones sólo porque otra media docena de veces acerté a no comprometerme. Me consta que mi familia me quiere y me respeta, pero, ¡demonios!, nunca supieron muy bien qué coño hice todos estos años para engordar casi sin haber cenado. Me avaló siempre una considerable fortaleza física que me permitió sobrevivir durmiendo una media de tres horas diarias durante casi treinta años. Por supuesto, ya no soy el que antes fui. Mi salud se ha resentido y a mi barman le doy ahora menos trabajo que a mi oncólogo. Y cuando menos lo esperaba, mis colegas de Galicia me premian y yo no sé muy bien cómo reaccionar. Yo sólo he sido durante cuarenta años un periodista descuidado y contradictorio al que le hacía ilusión volver a casa a tiempo de que, por desgracia, fuese siempre demasiado tarde. Los muchachos de la funeraria no encontrarán nada valioso al cachear mi cadáver...
✕
Accede a tu cuenta para comentar