José María Marco
El PSOE no tiene una idea nacional
El PSOE nunca ha tenido una idea nacional de España. Cuando los demás partidos socialistas europeos se transformaron en partidos socialdemócratas, el PSOE siguió encastillado en su estrategia obrerista, que le mantuvo fuera del parlamento. Cuando los demás partidos hacían suya la idea nacional, el PSOE siguió preconizando que eso de la nación era pura ideología destinada a disimular la explotación de clase. Como muchos de los intelectuales socialistas venían de la tradición institucionista, España –además– era un fracaso de por sí. La metáfora más positiva fue la del crisol. Las fuerzas de la clase trabajadora, flanqueada por los intelectuales conscientes y europeos, así como por los sindicalistas honrados, crearían una nueva España auténtica, sin falsificar. El resultado fue la Segunda República, una guerra civil y una dictadura de casi cuarenta años.
En todo ese tiempo, el PSOE no se tomó la molestia de pararse a pensar en lo ocurrido. Así se llega a los años 70, cuando el PSOE preconizaba la autodeterminación de los pueblos de España, algo que les permitía las alianzas con los nacionalistas de todo pelaje. La Transición cambió el panorama. Los socialistas no querían repetir la experiencia republicana y Felipe González y los suyos, que fueron llamaron los jóvenes nacionalistas (españoles), optaron por una línea política distinta, inspirada en Prieto: con la monarquía como escaparate, ellos ocuparían todo el panorama político y dejarían fuera del sistema a la derecha. Esta gran estrategia requería mantener controladas las tendencias centrífugas, pero no, en cambio, aclarar la idea nacional. Al revés, cuanto menos se aclarara ésta más sencillo sería marginar al adversario político. Al fin y al cabo, una de las virtudes de la nación es llevarnos a aceptar –e incluso a aceptar que nos gobierne- quien no piensa como nosotros. Algo inaceptable para los socialistas.
Como no hubo definición de lo nacional, pudo llegar un Rodríguez Zapatero, que reponía el reloj en los años treinta. España volvía a ser el crisol de los pueblos, la nación de todas las naciones. El resultado estaba condenado a ser el que ha sido: contradicciones brutales entre el PSOE central y del sur, y los socialismos periféricos y del norte, en especial el catalán. El federalismo es el último parche, el último intento de salvar la cara sin plantear el debate de fondo, que no es otro que la idea nacional que el PSOE nunca ha tenido.
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