César Lumbreras

El sabor del tomate

En los últimos años es habitual escuchar a muchos consumidores que el «tomate ya no sabe a tomate» o que no hay quien coma la fruta porque está dura o tampoco sabe a nada. La realidad es que estas quejas van subiendo de tono y frecuencia, por lo que harían bien los productores y comercializadores de frutas y hortalizas en tomar buena nota de ellas y evitar la autocomplacencia. Como consumidor he tenido muchas experiencias desagradables, cada vez más frecuentes, en los últimos tiempos. Por ejemplo, cada día que pasa resulta más difícil encontrar una chirimoya que esté en su punto, porque se cortan muy duras y luego no maduran bien. Otro tanto me ha sucedido con los melocotones, paraguayas o peras, más duras que las piedras. Al final, uno termina por no fiarse, y tras unos cuantos fiascos, dejo de comprar y consumir estos productos, a pesar de ser un gran amante de los mismos.

Con los tomates y resto de hortalizas (calabacines, pepinos...) sucede otro tanto: muy buena pinta, pero a base de tanta investigación en semillas y métodos de producción modernos para garantizar la calidad, la seguridad alimentaria y que tengan una mayor duración desde que se recolectan hasta que se consumen, se han olvidado de lo que para mí es lo más importante: el «sabor». ¿Para qué quiero un tomate que no sabe a tomate, una chirimoya dura como las piedras, o una paraguaya muy bonita a la que no se puede hincar el diente? Buena pinta, sí; sabor, también.