José Ramón Pin Arboledas
El «tsunami» neoliberal
Murió Margaret Thatcher, primera ministra británica entre 1979 y 1990. Una década en la que se impusieron las políticas neoliberales en la economía anglosajona y, por imitación, en todo el mundo. Fue el tsunami ideológico-económico más importante del siglo XX después del keynesianismo. Después de la crisis del 29, las políticas intervencionistas del New Deal americano, inspiradas en las teorías de Keynes se impusieron sustituyendo al librecambismo del siglo XIX. Según el keynesianismo, el Estado debía intervenir en la economía para generar una demanda que desarrollase los países. Estado que recuperaría más tarde sus inversiones con los impuestos generados por ese desarrollo. A largo plazo, las finanzas públicas quedarían equilibradas. Pero la teoría falló. Los estados no pudieron reducir sus gastos, la economía se recalentó y el déficit público desató inflación. Proceso que desplazó los recursos de los sectores productivos a los especulativos. La economía se estancó y se produjo la estanflación: parón económico con subida de precios. Los hechos dieron la razón a Hayek, el economista de la escuela austriaca que se peleó con Keynes, argumentando que la intervención del Estado distorsionaría el mercado y sería letal para la economía.
Así las cosas, Milton Friedman, el apóstol del libre mercado, obtiene su Premio Nobel de Economía. Con sus discípulos, en la Escuela de Chicago, desarrolla un poderoso aparato ideológico que sirve de base a lo que se llamó: el neoliberalismo y a nivel internacional: el Consenso de Washington. Thatcher y Reagan llegan al poder en Inglaterra y EE UU. Sus políticas: hacer eficientes las administraciones públicas y liberalizar la economía dejando que el mercado despliegue toda su potencialidad. Propuestas que corren como reguero de pólvora en el mundo. Si el keynesianismo invadió todos los ambientes hasta los años setenta, el neoliberalismo los inundó cual tsunami en los finales del siglo XX y principios del XXI.
Fue la llegada de la reducción del Estado, de la privatización de servicios públicos, de la limitación de los poderes sindicales... Prescindir de todo aquello que distorsionase la normal concurrencia de los agentes económicos en el mercado. El Estado mínimo, la bajada de impuestos. No importaba qué tipo de gobierno estaba en el poder. Gobiernos de centro izquierda latinoamericanos privatizaban sus empresas estatales, lo mismo que los conservadores británicos. Los resultados fueron sorprendentes. El crecimiento se dispara y el mundo crece. El sistema opuesto, el comunismo soviético, se hunde por no poder competir económicamente. Thatcher y Reagan lo derrotan con su pujanza económica y la alianza del otro gigante espiritual: Juan Pablo II.
Pero el neoliberalismo económico, como el keynesianismo, es una teoría incompleta. Sin los principios morales el mercado funciona con deficiencias. Es verdad que durante la vigencia del neoliberalismo el PIB creció; nunca hubo un año con decrecimiento a nivel mundial. Sin embargo, las desigualdades entre países y dentro de ellos se agrandaron. Reich, el secretario de Estado de Trabajo de Clinton, lo denuncia en su libro «Supercapitalismo»; bien es cierto que años después de que su presidente dejara el Despacho Oval.
Eso produjo una reacción teórica y práctica. La teórica de la mano de Anthony Giddens. Su libro «La tercera vía» sirvió a Tony Blair para iniciar una nueva etapa, laborista, en la Gran Bretaña posthatcheriana. Se trataba de conjugar el mercado con la acción social desde la Administración Pública y la supresión de las barreras morales tradicionales haciendo un programa atractivo a amplias capas sociales. Durante unos años mantuvo el crecimiento económico, hasta que la crisis de las «subprime» alertó sobre lo incompleto de este Pensamiento Políticamente Correcto: al socavar las bases éticas, el mercado se autodestruyó. Las finanzas, convertidas en el motor del capitalismo mundial, se hundieron en sus propias contradicciones internas.
Thatcher siempre supo que el mercado necesitaba de bases éticas, así como de la neutralidad de los poderes públicos. Lo aprendió de su padre comerciante. Joven, la futura primera ministra británica, bebió las clases prácticas de su familia y los valores del esfuerzo, la austeridad, la responsabilidad y el mérito del riesgo empresarial. Cuando dejó de influir, el mercado siguió sus derroteros sin cuidar de sus principios y llegó a la locura financiera del dinero fácil, del todo vale mientras se gane dinero. El legado de Margaret ha sido largo y profundo. Las polémicas que desató aún no están del todo concluidas. Los historiadores económicos del siglo XX no pueden entender lo que pasó sin referirse a ella y sus políticas.
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