Política

El último keynesiano

La Razón
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No hay cosa peor que declararse keynesiano en los tiempos que corren. El pensamiento liberal ha prescrito que el tamaño de los gobiernos debe ser lo más pequeño posible, el gasto público ha vuelto a ser el Leviathan que ya denunciaban los clásicos y el malvado Estado pasa a ser un parásito de la sociedad.

La crisis ha reforzado estas posiciones de manera que, curiosamente, no se sitúa como culpable del desastre la falta de regulaciones y controles públicos en sectores como el financiero, sino que, muy al contrario, ha sido el Estado por la razón misma de su existencia.

La gente intenta pagar sus deudas recortando drásticamente el gasto, pero al hacerlo, provoca una depresión que agrava aún más sus problemas de deuda. Ésta es la situación en la que los manuales de economía recomiendan aumentar el gasto público provisionalmente, para compensar la reducción del gasto privado y darle tiempo al sector privado para arreglar su situación financiera.

Sin embargo, en el clima actual, defender una política fiscal expansiva viene a ser lo mismo que abrir la puerta al mismo Belcebú. Los guardianes de la austeridad rápidamente echan mano de los datos de subidas de la prima de riesgo y del desplazamiento del crédito hacia el sector público en detrimento de la financiación del sector privado, para desacreditar la política expansiva. Olvidan, adrede, que es necesaria una política monetaria también expansiva para que el efecto conjunto sea el crecimiento económico y no un fracaso rotundo.

Quien no tiene complejos en ese sentido es Donald Trump, que ha anunciado un incremento en los gastos de defensa de casi el 10%. Sólo los ingenuos se han sorprendido, él ya lo avisó.

El nuevo inquilino de la Casa Blanca es un halcón con querencia al conflicto bélico, pero también le mueven otras cosas. En el libro «Crippled America: How to make great again» (América lisiada: cómo hacer grande a América de nuevo), asegura que gastar en armamento es un buen negocio: «¿Quién construirá los aviones y barcos? Trabajadores americanos».

No es el primer presidente que hace algo así, recuerden al laureado Ronald Reagan y su «guerra de las galaxias» que, en realidad, era un tremendo rearme militar. Algunos economistas lo llamaron «keynesianismo armamentístico», porque combinó importantes aumentos de gasto público con bajadas de impuestos.

El resultado final fue un brutal aumento del déficit público, pero una sólida recuperación económica. Es decir, Reagan defendía un Gobierno pequeño, pero aumentó considerablemente el tamaño de su gasto para hacer crecer la economía.

No todas las crisis son iguales. En los ochenta, el origen estaba en que la Reserva Federal se había propuesto controlar la inflación y mantuvo una política monetaria contractiva, lo mismo que ha hecho el Banco Central Europeo durante gran parte de la crisis actual. Con Reagan, la Reserva propició políticas expansivas y esto dio pie a una rápida recuperación.

El efecto en la economía del rearme militar es el mismo que el del gasto en sanidad, con la salvedad de que, aumentando las dotaciones en investigación oncológica se avanza contra el cáncer y se salvan muchas vidas, mientras que el gasto en tanques mata personas y, además, deja sin dinero a los científicos que salvan vidas humanas. Pero claro, gastar en médicos y laboratorios es ser un amante del despilfarro, como Obama. La conclusión es clara: sólo si eres republicano y neoliberal de pura cepa tienes plácet para practicar políticas keynesianas. Eso sí, a su manera.