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La Razón
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La política en Cataluña no deja de sorprendernos. El último episodio es la configuración de la lista unitaria en favor de la independencia. La primera propuesta del Sr. Junqueras fue configurar una lista al Parlamento catalán que no estuviese participada por políticos, sino por personas que nada tuviesen que ver con la política, de manera que propuso que él y el Sr. Mas quedasen fuera. Una idea cínica o descabellada, o ambas cosas a la vez. Cínica porque intenta convertir unas elecciones legislativas en un plebiscito al que intentan barnizar de movimiento ciudadano, cuando la realidad es que la ofensiva nacionalista se ha generado desde una elite, creando un problema artificial, que sirve para ocultar su fracaso en resolver los verdaderos problemas de la gente, como son el cierre de camas sanitarias, de colegios o las altas tasas de paro.

Pero el hecho de que los conflictos territoriales sean una cortina de humo para tapar el fracaso de gobernantes como Artur Mas o Mariano Rajoy no evita que ese humo nos intoxique y hasta que nos asfixie, no solo a los socialistas, sino a todos los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país.

Es una idea descabellada porque es la renuncia a la política. La izquierda nunca ha renunciado a la capacidad de legislar que otorgan los parlamentos, sabedora de que es el lugar donde se cambia la vida de las personas. El Sr. Junqueras ha renunciado a la política, siendo un político profesional.

Cuando el Sr. Mas se negó a quedarse fuera del Parlament, porque lo que quiere es seguir siendo el Presidente de la Generalitat, surgió la idea de una candidatura encabezada por el Sr. Romeva, un profesor de lambada que nació en Madrid.

Esta candidatura es una ilusión óptica, porque el cartel electoral no es cabeza de nada; de hecho todos los miembros de la candidatura se han comprometido a renunciar, si pudiesen formar gobierno, a la Presidencia en favor del Sr. Mas que a su vez, aparece como número 4 y el Sr. Junqueras número 5.

Todo un galimatías ejemplo de cinismo, hipocresía y una tomadura de pelo a la sociedad catalana y española. Es un uso vergonzante de las instituciones y de los procesos democráticos.

Pero en esa búsqueda de una salida desde el callejón en que se encuentra el soberanismo catalán se ha producido una situación kafkiana de libro. ¿Quién le iba a decir hace apenas cuatro años al Sr. Mas que un izquierdista iba a ser su número 1 y que debería presentarse como candidato a la Presidencia camuflado detrás de un testaferro?

¿Quién iba a decir a los votantes de izquierda que se sienten próximos a ERC que iban a renunciar a la política y que su candidato de verdad a la Presidencia es alguien de la derecha política? ¿Quién iba a decir a los nacionalistas que para ejecutar el acto de camuflaje iban a terminar votando a un madrileño?

Más allá de lo absurdo, se han puesto de manifiesto dos cuestiones: que las grandes diferencias ideológicas entre la derecha y la izquierda, existentes en cualquier sociedad, son devoradas por el nacionalismo excluyente y separatista y, en segundo lugar, que los sres. Junqueras y Mas están utilizando su condición de políticos para defender la antipolítica.

¿Cómo es posible que algo tan serio y de tan graves consecuencias, como es romper los lazos de una comunidad humana, se gestione con tanta frivolidad? ¿Cuál es el punto de destino, un país con el porcentaje más alto del mundo de hermanos con nacionalidades diferentes? ¿En qué país del mundo habría tantos abuelos con una nacionalidad distinta de sus nietos? ¿Transformaríamos la solidaridad entre las generaciones propia de una misma comunidad política en cooperación internacional?

Los separatistas son conscientes de que la independencia no es trazar una raya en un mapa. Es algo mucho más grave. Significa desconectar toda una red de relaciones, de afectos, de vidas convividas, de compromisos construidos durante mucho tiempo. Pero les da igual porque, según ellos, la elección se hizo antes de que naciéramos. Para los nacionalistas, la Nación no es una elección, sino un destino. Según ellos, los seres humanos nacemos para confirmar la historia, no para hacerla, ni para cambiar su curso. Sin embargo, la realidad es otra. La vida de los millones de personas que viven y han vivido en Cataluña los últimos doscientos noventa y nueve años desmienten el relato nacionalista. Porque para ellos hay que devolver todas las piezas a las casillas en las que se supone que estaban en 1714.

En Girona, la provincia en la que los nacionalistas tienen más votos, los apellidos más frecuentes son por este orden: García, Martínez, Rodríguez, López, Fernández, Sánchez, Pérez, González, Vila, Gómez, Ruiz, Moreno, Martín, Jiménez y Muñoz.

La vida en una ciudad media catalana se desarrolla de manera similar a la vida en cualquier ciudad media del resto de España. Y los problemas de un ciudadano catalán son los mismos que en el resto del país. Demasiados obstáculos excluyentes existen ya en nuestra sociedad para que aparezca el nacionalismo separatista.

Es inédita la presentación de un candidato a la Presidencia de un gobierno «emboscado» en una lista. Sin precedentes debería ser su derrota.