José María Marco
En busca del sentido
El mundo al que se enfrenta la Iglesia católica romana, como cualquier otra institución, exige una transparencia renovada: una adecuación más intensa de la acción al modelo propuesto, y una mayor disponibilidad para mostrar la propia realidad. El esfuerzo iniciado por Benedicto XVI va a tener que ser intensificado a partir de aquí. Será difícil, como lo ha sido hasta ahora, pero habrá que recordar que no es éste uno de esos casos en los que la adaptación a las realidades del mundo requiere variaciones en lo sustancial. Al contrario. Todo lo que se haga en este terreno hará más fuerte al núcleo del catolicismo.
Los tiempos obligan también a fortalecer de forma inequívoca el compromiso con las personas con problemas, con los pobres, con los enfermos, con la gente que corre el riesgo de quedarse al margen, con todas las víctimas de una sociedad que en muchas ocasiones se deja llevar por un pragmatismo feroz, como en el caso del aborto.
Por eso, porque la Iglesia católica tiene que estar comprometida con los débiles y con el deseo básico de justicia, también debe mostrarse más exigente. Con los fieles, en primer lugar. Hemos entrado en un mundo postcristiano... a medias. La modernidad ha hecho todo lo posible para que desaparezca de la realidad común la cuestión del sentido, la interrogación acerca de lo que significa nuestra vida. A pesar de todo el esfuerzo realizado, no lo ha conseguido, y esa pregunta sigue ahí, a flor de piel, lista para salir a la luz en las muy contadas ocasiones en las que esa reflexión todavía se puede plantear (una de ellas es la celebración de la misa). Lo que la gente pide no es sólo un catálogo de dogmas. Éstos son básicos, claro está, pero también se demanda una actitud de exigencia, de petición de compromiso. En contra de lo que tantas veces nos han dicho, los seres humanos seguimos deseando que nuestra vida no se hunda en el sinsentido y en la trivialidad. Y estamos dispuestos a hacer el esfuerzo necesario para tratar de conseguirlo. Eso, a su vez, plantea una nueva exigencia a la Iglesia como institución. Por un lado, es mejor prescindir de lo adjetivo y centrarse en lo esencial, que es el mensaje evangélico, la explicación de su significado, su puesta en contexto. Por otro lado, esta recristianización de la vida requiere acercarse al mundo con confianza, con alegría, con la seguridad de que se la está esperando.
✕
Accede a tu cuenta para comentar