Sociedad
En el escaparate
El que avisa no es traidor, así que después no se quejen. Acaba de comenzar eso que antaño llamábamos «veraneo» y que ahora, con el nombre de «vacaciones», se liquida en cuatro escuálidas semanas, embutido entre dos atorrantes atascos en carretera. Se zampa más de lo debido, se gasta por encima de lo aconsejable y se toma el sol como si se fuera a acabar. Hay cosas que nunca cambian, pero atención porque el mundo ya no es como era.
Antes, si te cambiabas en la playa y no eras muy hábil, lo peor que podía ocurrirte es que los de al lado te vieran fugazmente el trasero. Ahora, si se te resbala la toalla, se familiarizan con tu culo hasta los habitantes de Vladivostok. Y en cuestión de minutos, porque los puñeteros teléfonos móviles, además de incorporar una óptica de primera, permiten subir a la red cualquier foto o vídeo con tres toques de dedo.
Así que si su señora o sus hijas, que seguramente están todas de muy buen ver, son de las que odian las marcas blancas de los tirantes y optan por el «topless», ya saben que tienen altas probabilidades de que sus «domingas» se hagan famosas en el mundo entero.
Lo mismo ocurrirá con sus masculinas nalgas, si todavía no ha sido capaz de asumir que ponerse en público en pelotas pasados los 40, sólo se debe hacer como acto de penitencia. No hace ni siquiera falta que ande agazapado en la arena un caradura aficionado a mirar lo ajeno. Basta que cualquier inocente ciudadano se haga un «selfie» y que usted o los suyos queden accidentalmente dentro del plano. Y selfies se va a hacer a manta la gente, porque desde hace ya muchos meses no hace otra cosa. Vas a un concierto y la mitad de los espectadores ni mira ni escucha a los músicos, sino que se dedica con el brazo en alto a tirar fotos.
Entras al Museo del Prado y te das de bruces con docenas de visitantes que ni contemplan las obras de Velázquez, Ticiano, Rubens o Goya. Se ponen de espaldas, a menudo con un palo al extremo del cual va enganchado el móvil, y se autorretratan, con el cuadro como telón de fondo. Avanzan unos metros y repiten la operación. El único lugar donde esta panda es todavía minoría es en el fútbol, pero no tardarán también en invadirlo. Se ha acabado aquello tan bonito que era vivir la vida y mirar con placer las cosas del mundo. Ahora, lo que se lleva, es hacerles fotos.
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