César Vidal
En el Tíbet (y III)
Una de las circunstancias que más llama la atención del Tíbet es el contraste entre la modernidad y el pasado. El avance ha sido fruto indiscutible de la acción del gobierno chino que no sólo ha construido carreteras, túneles y puentes sino que además ha sembrado millares de árboles en zonas semidesérticas e incluso ha levantado servicios públicos en multitud de lugares con la esperanza de que los tibetanos no hagan sus necesidades en público. Esas partes del Tíbet resultan más que notables porque son como alientos de modernidad entrando en la caverna. El resto – suciedad, atraso, fanatismo, superstición...– se puede atribuir con toda justicia al Dalai lama y sus predecesores. Es de esperar que el nuevo orden llegará algún día a sustituir al teocrático que ha durado siglos. De momento, chinos y tibetanos viven como dos comunidades separadas y los matrimonios mixtos son escasos. Sin embargo, hay signos de esperanza. Entre los viejos, no son pocos los que ansían regresar a la teocracia lamaísta, supuesta sociedad perfecta en la que el clero dictaba hasta la última norma de comportamiento. Para ellos, era una Arcadia feliz aunque la miseria y la dureza de las leyes –mucho más crueles que las chinas– obliguen al observador imparcial a pensar lo contrario. Por el contrario, muchos jóvenes tibetanos encuentran absurdo el vivir aislados de una gente que es vecina suya, que demuestra notables habilidades y que ha impulsado innegables avances en el territorio. Incluso encuentran normal realizar el servicio militar en el Ejército chino porque, a fin de cuentas, como me señaló alguno: «Estamos bajo el mismo gobierno». Tarde o temprano, la identificación se acabará produciendo por mero paso del tiempo y labor educativa. No faltan los letreros en tibetano y en el campo, es casi la única lengua hablada. Sin embargo, la lengua oficial es el chino. Resulta lógico porque sólo un gobierno de irresponsables o de estúpidos podría haber aceptado que una lengua de todo el estado que hablan centenares de millones de personas fuera sustituida por otra que apenas utilizan siete millones en todo el mundo. Y es que los chinos podrán tener muchos defectos, pero entre ellos no se encuentran ni la necedad ni la carencia de visión de futuro. Poco a poco, Tíbet acabará soldando sus vínculos con la gran nación china por mucho que intenten alentar su secesión potencias extranjeras. Incluso la voz del Dalai lama se apagará aunque, astuto como es, puede que la próxima vez aparezca reencarnado en occidental.
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