Julián Cabrera

Enredarse en la bandera

En el año 84 Convergencia i Unió logró su más contundente mayoría absoluta, 72 escaños y por si fuera poco, con la segunda más alta participación en unos comicios autonómicos. Gran parte del hilo argumental de la coalición nacionalista durante los meses previos se había centrado con notable éxito, en trufar el caso Banca Catalana donde Jordi Pujol resultaba implicado, con un ataque a Cataluña a través de su persona. Todo un máster de cómo envolverse en la bandera frente a escándalos con cifras de muchos ceros.

Felipe González y hasta Tarradellas se equivocaron pensando que a Pujol le llegaba su hora, de la misma manera que hoy, a pesar de la contundencia de los hechos, se equivocan quienes deducen que la sociedad catalana empieza a enterarse de que no era Madrid quien les robaba, sino sus «molt honorables» y a pesar de que el órdago independentista hoy sí es tan real como proporcionalmente esperpéntica la comparecencia de Pujol el viernes en el Parlament.

Lo visto y oído en esa comparecencia mostró además claros matices sobre las varas de medir a propósito de quien comparece. Cuando sobre el caso Bankia lo hizo Rodrigo Rato, los insultos volaban como puñales, incluida una amenazante sandalia; nada que ver con la respetuosa solemnidad crítica hacia un amonestador Pujol. A uno se le citaba en el infierno, el otro aunque reprobable es «uno de los nuestros».

Como Pujol, también Mas ha optado por envolverse en la bandera, ignorando que puede acabar enredándose en ella. En los pasados comicios pasó de verse como Charlton Heston-Moisés abriendo las aguas a estrellarse en las urnas y ahora se arroga el papel de Víctor Mature-David frente al coloso Goliat-Estado. Pedazo de figurante el que se perdió Cecil B. DeMille.