María José Navarro
Envidia
Una cosita rápida sobre el referéndum en Escocia: qué envidia más grande. Vamos por partes, que ya les intuyo poniendo caras raras. Vaya por delante que servidora es de Albacete, poco sospechosa por lo tanto de querer salir de la raya que marca La Mancha antes de llegar a Chinchilla de Montearagón para hablar sintiéndose incumbida por un territorio en primera persona. Dicho lo cual, qué envidia más grande, oigan. Qué envidia la decisión con arrestos de Cameron, qué envidia la campaña, qué envidia el día de votación y qué envidia las dudas de los escoceses, su manera de afrontar el proceso, su apertura en el debate, su empeño en mostrarle al mundo todas las opciones y en aceptar todas las opiniones sin etiquetar al personal. Baste decir que cualquiera que haya visitado aquello en el último año y medio habrá podido comprobar cómo las habitaciones de los hoteles estaban llenas de revistas con argumentos de ambos bandos y cómo se puede usar plácida y elegantemente la iconografía separatista. Es decir, hasta aquí y sin conocer los resultados y las consecuencias (esa será otra historia y esos serán otros nervios) qué envidia más grande, repito. Distinguiendo que, a día de hoy, la consulta escocesa es legal y la catalana no, ¿se imaginan a partidarios y detractores de la idea de Mas coincidiendo en una misma plaza sin majarse a palos? ¿Se imaginan a los deportistas/actores/intelectuales/músicos opinando libremente sobre su punto de vista sin que les caigan rejones? ¿Se imaginan a los partidarios de una España unida utilizando como argumento con un catalán «es que sin vosotros somos peores, nos daría una pena enorme vuestra marcha»? Yo no. Envidia. Y luego mucha pena.
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