Independentismo

ERC no se fía de CiU

ERC quiere fecha para hacer el referéndum para la independencia a cambio de dar estabilidad al Gobierno de Artur Mas. A cambio de apoyar el recorte más brutal que van a sufrir los catalanes desde la instauración de la Generalitat en la Transición española, quieren garantías de que CiU no se quedará a medio camino. Los republicanos no se fían de Mas. No quieren ser su muleta para superar las dificultades presupuestarias y después quedarse con un palmo de narices. El coste electoral que pagarían en las urnas podría ser muy importante. Junqueras lo sabe. Y también sabe que Mas necesita el apoyo de ERC para mantener su frágil Gobierno. Por eso está dispuesto a vender cara su piel poniendo un órdago encima de la mesa y se lo dijo a Mas en la reunión del viernes: fecha para la consulta a cambio de votos, de estabilidad.

Los consejos nacionales del tripartito nacionalista –ERC, Unió y CDC– habían sido convocados para bendecir el gran acuerdo de legislatura que llevaría a Cataluña hacia la ansiada transición nacional y a Mas a la Presidencia. Ante la imposibilidad de lanzar las campanas al vuelo, aprovecharon para hacer terapia de grupo. La necesitaban porque el mazazo del fracaso era palpable.

En la noche del viernes al sábado, las redes sociales no auguraban nada bueno. Duran Lleida era calificado como el enemigo número uno del soberanismo. Algunos dirigentes de ERC le dedicaron lindezas que sólo se dirigen a los adversarios. En CiU, la sombra de otra derrota era tan evidente que se reflejó en melancolía en las caras de los consejeros nacionales. Oriol Pujol fue el encargado de dar vitaminas a las desmoralizadas tropas.

El líder de Unió siguió con su papel de «Pepito Grillo» y no se amilanó. No en vano, Duran sabe que en ésta se la juega. Un acuerdo CiU-ERC le relegaría a un segundo plano. La falta de acuerdo le dejaría a pies de los caballos porque sería considerado el gran culpable. Convergència aprovecharía para moverle la silla. Sólo la incertidumbre le mantendría en primera línea. Lo dijo alto y claro ante su partido. Si las cosas no salen bien tendremos que negociar semana a semana.

Las turbulencias han llegado antes de formar Gobierno, constatando la debilidad de Artur Mas. Una debilidad que se adjudicó en las urnas y que los nacionalistas han negado. Blandieron el argumento de que habían ganado los que querían un nuevo Estado para Cataluña y que formarían un Gobierno estable en pro de este objetivo. Que ERC estaría a la altura de las circunstancias. Apenas tres semanas después, el argumentario convergente se ha diluido como un azucarillo. Artur Mas ya está en Shambhala, su montaña rusa particular. Cuenta con ERC para ser presidente, pero nada más. Por eso, el líder nacionalista prefiere agotar los tiempos y alcanzar un acuerdo estable antes de la investidura. El 21 de diciembre puede pasar a la historia como el pleno nonato. Sabe que gobernar en minoría, hoy por hoy, es una entelequia, pero no está dispuesto a aceptar su derrota.

Mientras, su oposición contempla cómo los soberanistas se están cociendo en su propio caldo. No pierden el tiempo y están afilando sus armas. Ciutadans prepara el primer «round» con su anunciada moción de censura a la primera de cambio. El PP simplemente espera su momento. Ha sido el sustento de Mas durante dos años y se ha sentado a ver pasar el cadáver de su enemigo. Los socialistas ponen el dedo en la llaga de la destrucción del Estado del Bienestar y se han ofrecido como salvavidas. Con una condición: dar prioridad a la salida de la crisis y dejar en segundo plano la consulta. Iniciativa no tiene intención de ponerle las cosas fáciles a Mas y pedirá, más pronto que tarde, comisiones de investigación en temas que ponen los pelos de punta a los nacionalistas: el «caso Palau» y el «caso ITV». En ambos, CDC tiene los pies de barro.