José María Marco
España con Cataluña
Es una pena que nadie en el gobierno sea capaz de hacer el discurso patriótico, integrador y nacional que se podría, y seguramente se debería, pronunciar en estos momentos. Se trataría de dar forma a lo que se ha venido articulando estos días. Por una parte, la afirmación de una nación abierta, tolerante, dispuesta al diálogo siempre que se cumpla la ley, cívica y leal con las instituciones. Por otra, la del cierre del nacionalismo en posiciones no ya opuestas a lo anterior, sino, también, y esto es lo absolutamente nuevo, ajenas a la realidad.
Las dos cuestiones han ido en paralelo, y a medida que se iba desvelando la primera, la segunda ha ido quedando más y más en evidencia. El jefe de Estado dejó claro dónde están los límites de cualquier posible diálogo. El simulacro de consulta, ilegal, demostró que el «pueblo catalán» es, antes que eso, una coalición política: elites nacionalistas, estudiantes y antisistema: eso no crea un pueblo, por mucho que se empeñe el nacionalismo. La manifestación del 8 de octubre indicó también que en el pueblo catalán conviven formas muy distintas de vivir Cataluña, y que alguna de ella, tan relevante como la otra, no ve contradicción alguna entre Cataluña y España. Los gobiernos extranjeros y las instituciones europeas e internacionales han respaldado al Gobierno central. Y la fuga de empresas demuestra que se ha tomado buena nota de lo que le espera a la economía catalana de llevarse a cabo un Brexit catalán, que es como debe ser entendida la independencia en términos económicos e ideológicos. Si el nacionalismo inglés está llevando al declive a la economía británica, es fácil imaginar lo que ocurrirá de avanzar el nacionalismo catalán hacia sus fines separatistas. (Eso sin contar con la reacción del principal mercado de las empresas catalanas, que sigue siendo el resto de España).
La realidad se ha impuesto, en consecuencia, y el independentismo como aspiración inmediata ha acabado en un callejón sin salida. Es muy posible que una de las formas de ofrecer una salida a quienes se han dejado seducir por él sea, justamente, una nueva forma de hablar de España y en nombre de España: un discurso que refleje la realidad, la extraordinaria realidad que ha surgido de esta crisis.
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