Francisco Pérez Abellán
Está muerto Anglés
Nadie pudo prever que el caso Alcácer terminaría con una condena judicial al padre de Miriam por faltar al fiscal, los forenses y cuatro guardias civiles, en un programa de la televisión valenciana, en 1997, mientras se enjuiciaba a Miguel Ricart, único condenado por el triple crimen de Miriam, Toñi y Desirée.
Desde luego, Fernando García arremetió contra los susodichos, pero cualquiera al que le matan una hija puede perder las formas e incluso la cabeza. Es un asunto para reflexionar. El próximo día 13 se cumplen veinte años desde la desaparición de las niñas, de catorce y quince años, con lo que empezó el drama de Alcácer, cuando iban hacia la discoteca Coloor's, de Alcácer a Picassent.
Blanca Estrella, la presidenta de la Asociación Clara Campoamor, que actuó de acusación popular en el juicio, una representante de víctimas que no olvida, afirma que Ricart permanecerá en prisión hasta 2024, al aplicarse la doctrina Parot, que le dará beneficios por cada condena de los 170 años a los que fue lapidado, por asesinato y cuatro violaciones.
Ricart resultó el único culpado, y la justicia no pudo avanzar en esa dirección. De Antonio Anglés nunca más se supo, y aunque no fue detenido ni interrogado ni juzgado, se le tiene por responsable, por lo que de él se ha dicho. Es decir, «condenado de oído». Blanca Estrella pide al Ministerio del Interior que busque al desaparecido porque sus crímenes van a prescribir, al cumplirse veinte años. Llegará el momento en el que, aunque pudiera demostrarse que Anglés fue el monstruo que se supone, no se podrá hacer nada.
En mi libro «Alcácer, punto final», descubro en el sumario judicial una «mano negra» que quiere confundirnos, haciendo como que Anglés huye a Portugal, imparable, aunque va dejando más señales. Comete robos y atracos en coches y siempre va vestido de Anglés, con mono de mecánico, gorra de béisbol calada hasta la orejas y diciendo a pleno pulmón: «¡Alto, arriba las manos que soy Antonio Anglés!».
Dicen que así se fue el fugitivo hasta Irlanda, pero me da en la nariz, y así lo digo en mi libro, que Anglés nunca salió de Valencia y que recibió probablemente el disparo de la última bala que le robaron al municipal, y con cuya munición, dieron muerte a las niñas y al raptor, Anglés.
Un día después de encontrar los cadáveres, fue detenido Miguel Ricart, que en seguida reconoció su participación en el crimen. Yo asistí a todas las sesiones del juicio y le oí decir que Antonio Anglés estaba muerto. Pensé entonces, y pienso ahora, que él debía saberlo bien. Anglés se encontraba fugado de Picassent, aprovechando un permiso penitenciario. Era uno de esos delincuentes sexuales mal valorados a los que se les aplica mal la norma. La investigación no estableció si había alguna relación previa entre los presuntos criminales y las víctimas.
¿Lo hicieron Ricart y Anglés solos? Lo más probable es que hubiera más criminales y por mucho que hubieran querido, no habrían sabido suplantar la «mano negra» del sumario que traza una línea imaginaria por la que huyó Anglés del castigo. Hubo una gran explosión mediática y por primera vez se puso un sumario judicial bajo la lente de la televisión. Nada volvió a ser lo mismo. Ni siquiera los secuestradores de menores se atreven a actuar con esa impunidad.
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