Ángela Vallvey

Estafa

Durante estos durísimos años de crisis, ha crecido la estafa como mala hierba, como negocio próspero. Cuanto más áspera es la situación económica, más propicia resulta para los sablistas profesionales. El timador tiene una larga tradición con denominación de origen española, pero los tiempos también favorecen la globalización de la delincuencia a través de internet. El pícaro enredador, la sabandija vil que saca unas perras engatusando al prójimo más ingenuo o necesitado, ha ideado grandes bribonadas que han dejado temblando la cartera y la confianza en la humanidad de abuelitas crédulas, parados, jóvenes incautos en busca de su primer empleo, almas cándidas en general... La sociedad del simulacro en que vivimos propicia, además, la expectativa irreal. Y la falta de horizontes concretos siempre estimula el ilusionismo económico. Las personas buenas -que son la mayoría-, confían. Por eso «pican». Ofertas de empleo falsas, «phishing» (obtención fraudulenta de datos a través de internet...), fraudes con tarjetas de crédito, timos on-line, estafas sentimentales (ligar por internet, sableando al pobre e incauto enamorado sin tener que verlo en persona), la engañifa del supuesto desahuciado, el instalador del gas fingido que roba en la casa del pensionista crédulo, el timo del nazareno (una empresa ficticia que sablea a suministradores de mercancías), la clásica fullería del tocomocho (un billete de lotería premiado falsificado), la estampita, fraudes en viajes, chanchullos con el Plan PIVE por la compra de coche nuevo, venta de casas mal construidas (el promotor disuelve la empresa una vez vendida la promoción y no se le puede reclamar a él como persona física, pues es insolvente)... Detrás de tanto pillaje están el engaño, el artificio ladrón, la falsedad depravada con ánimo de lucro. En nuestra época, la mentira es un decorado básico. Por eso la estafa se desenvuelve tan bien en el escenario.