Julián Redondo
Eterno Nadal
Rafa no es el que era y seguro que ya no volverá a serlo. Él lo sabe y no lo oculta. El Rafa imperial es pasado; pero es Nadal, el mejor deportista español de toda la historia. No hace ni dos años que sus partidos electrocutaban al rival y electrificaban al espectador. Nervio, garra, fuerza, ambición, concentración exclusiva, puntos estratosféricos, victorias épicas y líricas; transmitía emoción a raudales, quintales de satisfacción que hoy merecen toneladas de gratitud. Nos ha puesto delante del televisor a las cuatro y a las cinco de la mañana, que apenas daba tiempo para una ducha, un desayuno frugal y salir escopetados al trabajo. Nos ha regalado tanta felicidad que su ocaso, ahora tan aparente, nos debería invitar a arroparle, a entenderle, a abrazarle y a ponernos en pie cuando pasa. Sus partidos ya no son esa explosión de genio que nos arrastraba. En algunos juegos parece que le falta alma; en otros, que extraña la cancha, sea de tierra, de hierba o la exigente pista dura. De cuando en cuando ofrece arranques, retazos del tenis que nos conquistó; pero denota inseguridad, como si no estuviera a gusto, como si cualquier contratiempo fuera una carga imposible de soportar. Ni siquiera levanta aquel muro impenetrable. Le cuesta abstraerse e imponer las líneas maestras del partido, y, sin embargo, celebramos cada destello en el punto que gana y le animamos calladamente con cada uno de sus numerosos errores no forzados. Le retan desconocidos que se hacen famosos en los emparejamientos, tenistas de nueva generación, descarados como él cuando empezó, pero que difícilmente se le aproximarán en el palmarés y en el circuito, porque Rafa es único y venerable. Y eso debería saberlo el portavoz de Deportes del PSOE en el Congreso, Manuel Pezzi, que se atreve a faltarle al respeto porque anuncia calzoncillos. ¡Mendrugo portavoz! Rafa Nadal es eterno, señor. Y admirable.
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